Pocos días en una ciudad exigen la elección de un hotel cerca de un medio de transporte así que si se quiere estar en el centro la estación del tren está bien, lo que no equivale a que el barrio sea el más conveniente y así nos ocurrió. El hotel en la línea minimal, bien, el desayuno bien pero la vecindad pues ya se sabe lo mejor de cada casa, eso sí al lado de una comisaría para mayor seguridad. Bien es verdad que con acudir a la oficina de turismo, lo que siempre es recomendable, descubrimos que sólo nos habíamos confundido de calle, la del hotel la Steínstransse la paralela la Lange Reihe pues resulta que define un zona animada con restaurante estupendos, tiendas de diseño y gente variada haciendo vida de barrio, así que con cambiar el recorrido todo resuelto.
La primera tarde, apenas nos dio tiempo de ver el centro, ya estaba oscureciendo y por lo tanto con las tiendas cerradas, sólo echar un ojo al magnífico ayuntamiento gótico-renacentista, a los canales y al atractivo borde del río.
El segundo día a la caza y captura de… Dirán ustedes que de arquitectura con nombre por fin, pues no, tocaban coches, bueno un museo, pero lo del tren no parecía la mejor solución, la flexibilidad de la red no servía para el recorrido planificado, pero la estación seguía siendo una buena idea, ¿dónde alquilar un coche con la máxima comodidad si no?.
Primera parada no prevista, un Museo de Molinos en Gifhorn, desde la carretera prometía y como parque temático es espléndido. Un amante de los molinos ha reunido una colección, en muchos de los casos se pueden ver los distintos sistemas de todo el mundo insertados en un paisaje muy bien construido, funcionamiento y hay un pequeño centro de interpretación con sus maquetas y unas notas explicativas en idioma bárbaro, bueno y algún otro. Una grata sorpresa para empezar el recorrido turístico.
Después al Museo de la Volkswagen en Wolfburg, la entrada decepcionante una gran nave industrial sin ningún carácter distintivo, la entrada no mejora un largo pasillo con paneles en blanco y negro a ambos lados, de frente la historia de la fábrica y en el reverso los carteles de propaganda desde su origen, permiten darse cuenta en la continuidad de la empresa. La publicidad sólo ha cambiado a lo largo de la historia en las imágenes que incorpora pero no en el formato. Al final del pasillo ya estás convencido que la mejor forma de presentar esta empresa es así sin estruendo, el coche para el pueblo alemán no necesita más. La impresión viene cuando a través de una puerta sin importancia entras en una gigantesca nave y aparecen los coches de serie, junto a los de diseño de escasa difusión, en los que Ghia se luce en todo su esplendor, a los de élite y a tres coches para el futuro realmente espectaculares, las DKV en todas su versiones y los escarabajos a través de su fabricación y uso en los lugares que se fabricó como en México o Brasil y un emocionante modelo en el que aparecen escritos los nombres de todos los trabajadores de la fábrica a lo largo del tiempo para celebrar su cincuenta aniversario. Después del recorrido ya se pueden imaginar, una hamburguesa en Mc Donald’s.
La tarde se remata en Bremen, una ciudad tradicional alemana a la que íbamos atraídos por el cuento de los músicos de Bremen para no encontrar ni una mala escultura que nos lo recordase o alguien que nos refrescase la memoria, porque el cuento no nos lo sabíamos. La ciudad bombardeada en la SGM y reconstruida no exigiría mayor tiempo, si no fuese por su plaza central. Una plaza irregular en pendiente en torno al ayuntamiento un buen edificio civil gótico con un excepcional gablete con ventanas y esculturas que lo enfatizan, al lado, una espléndida iglesia que, como correspondía a la hora, estaba cerrada pero con un grupo escultórico historiado en la fachada magnífico. Un descubrimiento: el borde del río, al que se llega desde la plaza por un callejón, un “revival” de principios del XX, construido en ladrillo y en cuyos bordes se alinean tiendas de diseño y restaurantes de época.
El borde del río está bien ordenado, en una secuencia urbana llena de restaurantes populares, claramente alemanes, entre los que destacaba el Casino, una zona de renovación urbana en torno a las antiguas instalaciones portuarias desaparecidas y un parque verde muy poco intervenido lo que era su mayor interés. Cena en el callejón en un restaurante de los años treinta recargado de fotos y carteles de izquierdas, estilo y comida tradicional.
Pensar en Hamburgo es pensar en su puerto. Aún cuando se haya vivido en un puerto y se conozcan unos cuantos pensar en los grandes siempre supone una cierta emoción, recuerdo al impresión de Rotterdam la primera vez en medio de la llovizna, los grandes barcos y sobre todo la acumulación de contenedores, apilados en largas fila con sus cientos de colores y los nombres de los grandes transportistas impresos a lo largo y ancho de los muelles, difícil pensé no admitir que Rem Hoolhas sólo podía provenir de allí, más tarde ya rematadas las grandes actuaciones llevadas a cabo para su ampliación y regeneración sigue causando la misma impresión (ver www.urban-e.es), aumentada por su urbanidad.
Volviendo a Hamburgo, ver su puerto era el objetivo del viaje iniciado al principio del verano. Siempre pensé en este puerto enfrentado al mar, pues no es así, se estructura a lo largo de kilómetros en la desembocadura del río Elba. El mejor modo de conocerlo es subirse a un barco y hacer el recorrido a lo largo de los recovecos del puerto entrando y saliendo de las distintas dársenas en las que una frenética actividad da idea del movimiento de mercancías que allí se hace, hermosas y potentes máquinas suben y bajan contenedores en la calma creada por una rutina precisa.
Pero lo que de verdad interesa es la transformación que el puerto está sufriendo en contacto con la ciudad y como una y otro se influyen mutuamente y en el caso de Hamburgo donde mejor se expresa es en Hafen City, nueva ordenación de los bordes de agua, nuevos edificios en los que conviven viviendas y oficinas, nuevas técnicas constructivas incorporadas y zonas verdes liberadas de todo exceso y los grandes almacenes y estructuras portuarias rehabilitadas. Como no llevábamos nada localizado pues no queda más que reseñar la alta calidad de la arquitectura y del espacio generado.
Bajamos del barco en el Mercado del Pescado, una de las atracciones turísticas de la ciudad, si eres capaz de madrugar el domingo, y desde allí una pequeña incursión al barrio de Altona y sus magníficas viviendas burguesas, llegamos a través de un parque en el que se alza el grandioso y pesado monumento a Bismarck viendo de lejos la iglesia de San Michaele a la que deberíamos haber subido para tener una perspectiva de la ciudad, lo que no hicimos por ir a un agradable parque lleno de ciudadanos aprovechando los claros entre las nubes cada vez más negras.
Esa tarde fuimos a Lübeck, el hogar de los Budenbrook uno de los mejores libros que haya leído nunca y en los que la presencia de la ciudad es tremendamente intensa, decepción ante el museo una instalación moderna sin referencias en un edificio antiguo. A la ciudad antiguamente amurallada se entra por una pesada puerta que da idea de la importancia que en su día tuvo la ciudad, aquí lo primero y tal como mandan los cánones subimos a la iglesia de… para observar al perspectiva del centro urbano, percibiendo muy, muy a lo lejos el puerto que dio importancia a la ciudad. Una magnífica plaza en la que conviven distintos estilos arquitectónicos centra el conjunto histórico articulándose con la iglesia de Santa María, que aparece lateralmente, la ciudad mucho más homogénea y armoniosa que Bremen, el dulce típico de la ciudad es el mazapán que venden en pintorescas tiendas. Por cierto, si algún día quieren sentirse invisibles no tienen más que sentarse en el café de la plaza, el tiempo transcurrirá plácidamente sin que nadie le pregunte porque o para que está allí. Vuelta a Hamburgo y cena en un restaurante de cocina fusión chino-italiano, bien decorado y a un precio razonable.
Ya el cuarto día, primera parada para conseguir una tarjeta de transporte familiar a un precio de lo más asequible 29 €uros para todo el día y todos los transportes para tres personas. Objetivo ver una exposición de Tony Cragg en un sitio alejado de al ciudad, primero el metro y luego un largo paseo por una antigua urbanización, la exposición en una antigua propiedad con una villa a la italiana delante de la que se extiende una gran pradera verde que permite divisar al fondo el río que no el mar, siempre presentido pero nunca visto en el tiempo que permanecimos en Hamburgo.
La propiedad perteneció a un escultor expresionista que da nombre a la fundación que ahora la administra: Ernst Barlach y al que conocimos en este lugar, sus esculturas realistas estaban expuestas conjuntamente con las de Cragg. En el manual que Taschen dedica al expresionismo aparece en primer lugar. El pabellón de exposiciones aparece en medio de los edificios, es un pabellón blanco de una planta, con una puerta al centro, es obra de Werner Kallmorgen, muy luminoso, presenta una continuidad espacial solo alterada por pequeños desniveles, girando en torno a un patio, los espacios de servicio a la entrada, una pequeña librería y un pequeño café. Nunca ha sido Cragg santo de mi devoción pero hay que reconocer que las obras expuestas tienen un gran atractivo, su dinamismo les da una gran expresividad, que contrastada con el realismo algo torturado de las mujeres, obreros y apóstoles de Barlach le dan un valor que justifica el interés por su obra.
Después el Botánico, al pie de la estación de metro a la que llegamos, es un parque de ordenación libre, tiene un alto interés, las especies y los jardines temáticos se suceden, los letreros se leen bien y las plantas y los árboles tienen ya su tiempo y están bien rotulados, resulta especialmente interesante el jardín de piedras.
Vuelta a la ciudad para una última vuelta por Hamburgo, una buena comida en la plaza de Grossneumarkt y la compra de lo antes oteado, antes de coger el avión hacia Copenhague.