Esta es la cuarta vez que voy a Berlín desde aquel lejano 1990, recién caído el muro, hoy la ciudad ha cambiado tanto que es una desconocida, que razón tenía Baudelaire.
Por tanto, hay novedades, a lo mejor no tan nuevas pero obviadas en viajes anteriores. Primero, “Check Point Charlie”, convertido en un lugar turístico. El tiempo espléndido duraría los tres días, con una primavera potente, los prunus kanzan exultantes y tilos por todas partes, su belleza contradice la primera parada en una gran manzana ocupada anteriormente por la Gestapo y las SS. Apoyado en un trozo preservado del muro aparece el centro de documentación: “Topografía del terror”, una pequeña obra de consolidación donde se exponen carteles, fotografías, informes… la obra, como todas las de Peter Zhumtor, es de mínimos, tiene todo el rigor y la sobriedad de su arquitectura, apenas una estructura y una ordenación de rampas para llegar a los calabozos, sólo se conserva la pared del fondo, sobre la que se cuelgan fotografías y paneles de datos. Es un museo al aire libre, en un erial que debería quedar así, acompañado por un edificio, casi una caja, envuelto por una piel de acero, que acoge una maqueta de la zona y una amplísima documentación de lo que fue el terror nazi, visto por nosotros exactamente en el 70 aniversario de la conclusión la Segunda Guerra Mundial, el 2 de mayo de 1945.
De ahí a Postdammer Platz, creo que nunca me acostumbraré a su ordenación frente al rigor de su trazado original. Perdidas las alineaciones solo queda un espacio desorientado, lleno de arquitectura de arquitectos famosos, sin ningún valor de identidad más allá del Sony de Jahn, puro artificio y el espacio público del Marlene Dietrich de Renzo Piano, sede de la Berlinale. Lo demás, harto anodino sea de Grassi, Moneo o Gregotti. La comida en la ”La Strada” el único edificio que quedo en pie en la nueva ordenación.
Aún recuerdo el gran territorio baldío que era esto en mi primer viaje, en el que, en la lejanía, aparecía la Filarmónica de Berlín y el Kultur Forum, un espacio desierto bajo un cielo amenazador. Nos acercamos a ellos con el objetivo de ver el Museo Nacional, en obras, una magnífica obra de Mies van der Rohe con una estructura elegante, generadora de un espacio interior, luminoso en sí mismo una exposición.
Continuamos al Memorial del Holocausto de Eisemann, constructivamente es hermoso, simple, espacialmente se disfruta como un laberinto festivo, no creo que cumpla su objetivo de recordar el horror como si lo hace el aplastante Museo de Libeskind. Y, por sorpresa, una instalación lúdica los apelman caídos de los semáforos relacionándose alegremente.
Siguiendo la ruta llegamos a la Puerta de Branderburgo y el Reichstag, con la cúpula de Foster a la que no subimos, merece la pena, pero hay que reservar y estaba cerrada. De ahí un recorrido por los nuevos ministerios, aún sin terminar, hasta la Isla de los Museos, para llegar al Altes Museum, Shinkel en estado puro, un edifico que participa de la ciudad, con un rigor frío, el clasicismo hasta el extremo, enfrentado al barroco, yo diría sin interés de la catedral, ambos edificios negros como si no quisiesen liberarse de la costra del pasado.
Enfrente el Palacio Real en reconstrucción, imponente y masivo. El debate generado no ha sido capaz de evitar que lo vuelvan a levantar como una reproducción mimética, en la vana esperanza de recuperar el pasado de un imperio desaparecido en la Primera Guerra Mundial.
Ya que no hay tiempo para todas las casas patio al menos una cena en el Hackesche Hohe, un recorrido nocturno por sus patios encadenados en los que hay tiendas de todo tipo y en los que merece la pena entrar. El restaurante: el Oxymoron, presenta una mezcla decorativa que no está mal.
De nuevo en pie, toca empezar la vida de turista, un paseo que permite ver alguna de las nuevas actuaciones de edificación en manzana cerrada, en las que el parcelario mantenido al límite tiene su reflejo en una arquitectura muy variada, recogiendo los entre cinco y seis metros de frente que aparecían en el curioso mapa del s. . Cerca Rossi nos ofrece la manzana que le toco diseñar, mucho más intensa de color que las de su entorno, en la que diseña un repertorio de arquitecturas en las que el espíritu de “La arquitectura de la ciudad” está presente.
El objetivo de una mañana de domingo tiene que ser los museos, ya que como cualquier otro lugar el lunes cierran. El elegido el Neues Museum, no tanto por su contenido sino por ver la rehabilitación, tan publicada, de David Chiperfield, con el que me había reconciliado en el Jumex de México y quería ver el resultado. La verdad es que si ha ganado en madurez y sensibilidad, lo nuevo sirve para reafirmar el valor de la ruina, sin borrar el pasado de los daños sufridos en la guerra. La obra es más que la escalera, estrella de la actuación, y sobre la que se ha hecho más hincapié, hay que ir sala a sala y ver como se ha resuelto los problemas constructivos y los de acabados con un interesante uso de los terrazos, empleados incluso en paredes y la carpintería muy oscura. Las piezas están bien exhibidas y Nefertiti ha recuperado el protagonismo perdido, cuando cerró el Museo Egipcio. Una sola sala para ella, un fondo de color verde y una iluminación que resalta su extraordinaria belleza. La otra pieza el sombrero de oro, está acompañado de una buena contextualización, pero no deja de inquietar su forma y sentido.
Ya en la calle un recorrido nos lleva al Museo de Historia, cuya ampliación, obra de Pei, carece de la ligereza de otras obras suyas como la Galería Nacional de Washington, pero el hall y su escalera, para mí, una reinterpretación de la Torre de Einstein de Mendelsohn, resulta interesante en la resolución de la esquina.
De ahí a la Neue Wache, el monumento de Shinkel a todos los muertos en todas las guerras con la piedad de Kollwitz, una cámara oscura para el recogimiento precedida por el pórtico clásico y sus aladas figuras románticas. Bajando por Unter der Linden, entramos en la librería Dussmann, llena de maravillas tanto literarias, de difícil valoración dado el idioma, como musicales donde se pueden encontrar desde vinilos a CD’s de cualquier estilo con una sección de música clásica fantástica, como para quedarse a vivir en ella. No olvidar los gadgets”, ya no es posible una actividad cultural sin ellos.
De ahí al capricho del día o los caprichos primero a August Strasse, una calle tradicional berlinesa con sus fachadas burguesas y el restaurante Gipsy, para comprobar que no lo había soñando, una terraza llena de gente y el ruinoso edificio, donde se asienta la decadente sala donde puedes bailar a la luz de las velas, allí es muy fácil atisbar el mundo anterior a la guerra y hasta imaginar a Marlene Dietrich envuelta en humo. A la salida el fuerte sol refuerza la animación de la calle repleta de gente que va de galería en galería de arte disfrutando de la mañana.
El segundo capricho, ya muy tarde, la Colección Boros o Banana Bunker. Tiene su sede en el búnker que construyó Albert Speer como refugio de los civiles que llegaban a la estación de Fiedrich Strasse, después fué almacén hortofrutícola, de ahí su apelativo. Es un potente edificio en hormigón, sus ventanas son sólo respiraderos, hoy alberga la colección de arte contemporáneo del publicista Boros, según cuentan lleno de piezas interesantes, pero que no vimos. Un Bansky? en la entrada. La instalación recuerda al Paris Tokyo, una mínima intervención sobre el original.
De ahí, cruzando el Spree a “Los doce apóstoles” una pizzería, bajo la línea de tren en Fiedrich Strasse, ricamente decorada y atemporal, eso sí unas pizzas magníficas. Y de ahí a la estrella del día la Blitz Siedlungen de Bruno Taut, la gran herradura edificada se sitúa en torno a un estanque, en una zona verde muy utilizada y apropiada por sus vecinos, las viviendas sociales bien cuidadas siguen manteniendo su vigencia, su exquisito diseño permanece como referente de modernidad, jugando con los volúmenes bien maclados del acceso, el equipamiento del lugar. Sus dimensiones invierten el carácter público en relación con los edificios blancos y azules de las viviendas, el remate que recorre el edifico con sus pequeños huecos le confiere una gran dignidad a modo de cornisa clásica. Creo que es el momento de presentarles el “Paseo por Berlín” de Franz Hessel, su maravillosa guía de la ciudad a la que ama y lee a través de su arquitectura, escrita cuando esta actuación se produce al igual que la que veríamos al día siguiente.
A la herradura se llega por un largo edificio, un gran frente rojo puntuado por las cajas de escaleras rosas y las puertas de acceso en las que se reconoce la influencia del neoplasticismo. Por detrás las viviendas unifamiliares en hilera se suceden a lo largo de pequeñas calles o en ordenaciones en close como la que prolonga el eje de la herradura. Espacios residenciales en los que queda la inquietante pregunta ¿a dónde voy por una barra de pan? de difícil respuesta hoy y complicada en los años veinte cuando el coche era un artículo de lujo.
Como el tiempo no es infinito hay que ir corriendo a la pintoresca parada de Schlesches Tor a ver “Bonjour Tristesse”, que mal ha envejecido este edifico y mejor no pensar que lo que piensa Sisa Vieira de los bajos y sus chillones neones. Y, cómo no, hay que cruzar el Spree, por el puente de Oberbaum, bajo sus falsas torres y bóvedas medievales, para seguir el recorrido hasta el muro. La que hoy se denomina “East Gallery” es un museo de la ignominia al aire libre con sus políticos y a veces juguetones grafittis acompañado de un paseo bien ordenado, en el que en verano se suceden las actividades. Copa en el barco anclado a su vera y restaurante turco, ¡como dejar Kreuzberg, sin hacerlo!
El lunes, la segunda estrella “La cabaña del tío Tom”, de Hans Sharoun, nada que ver con el tío Tom, preguntar a Hessel. Se trata de viviendas unifamiliares en hilera, precedidas de una banda ajardinada que da amplitud a las calles creando diminutas vías parques, bordeadas por viviendas mínimas construidas entre 1926 y 1931, fachadas de entre cinco y seis metros, las viviendas pareadas y en pequeñas hileras que se van fragmentando cada ocho o diez unidades, generando un pequeño retranqueo a modo de plaza. Hacia la calle principal aparecen viviendas colectivas en las que, como en el caso de la herradura, se pone un gran énfasis en los caminos peatonales, poco más que un pasillo entre las hieras de casas, dando un accesos en las traseras en medio de una vegetación espesa. Las secciones de las calles siguen siendo con el paso del tiempo un buen ejemplo de diseño. Aquí de nuevo el color alcanza una gran importancia, exagerada en la intervención de rehabilitación, esponsorizada por una marca de pinturas. En sus bordes han ido apareciendo equipamientos más urbanos que ayudan a responder la pregunta planteada en Blitz.
Queda ir al Oeste, Kudamm y por supuesto Fasanien Strasse y el Litteratur café, al que siempre hay que volver, hoy caigo en la cuenta de que a su vera está el Museo de Kollwitz. Luego en un maratón ininterrumpido Savigny Platz, un buen espacio urbano, del que siempre será referencia la magnífica librería de arte, bajo las arcadas de la estación de tren que lleva a Postdam. Bordeada de restaurantes, es un buen sitio para aprovechar para comer.
Como remate la tienda de Apelman, los personajes de los semáforos, emblema de la ciudad, junto con el oso que festivamente va surgiendo en otros lugares y como no, la chocolatería de Rausch, con sus reproducciones arquitectónicas de chocolate a escala y sus mostradores llenos de delicias. Al salir como última imagen la Gendarmenmarkt, con sus iglesias gemelas flanqueando la Koncerthaus de Shinkel. Es un hermoso espacio, sereno, una auténtica plaza urbana. Última imagen… aún queda camino, como broche del viaje el Centrum Mosses de Mendelsohn un edificio potente con una esquina a modo de proa avanzando hacia la ciudad y una cornisa fracturada que anunciaba tiempos difíciles.