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Nueva York

Después de distintos retrasos salimos el domingo tres a NY, un buen vuelo, una buena hora de llegada y una hora más que tardía de entrada en al que iba a ser nuestra casa la siguiente semana. Atención al metro, local y exprés, tomamos el segundo con la consiguiente llegada casi al Bronx, retroceso y caminata y otra sorpresa, no por igualmente sabida menos desagradable de entrada a los efectos organizativos, los impuestos no están incluidos en casi nada y así en la compra diaria, como después comprobamos en las siguientes el precio de las cosas se incrementa de un modo notable. Superados los primeros escollos lamentar que el Luna Park de Coney Island solo abre sábados y domingos así que un plan a borrar de la agenda.

Cada día un Museo, es una buena fórmula para resistir el aluvión de información y si uno se organiza bien hasta pueden salir gratis, ya que habitualmente hay un día y horas en las que los museos no cobran. El primer día tocaba el Museo de Ciencias Naturales y sus fascinantes dioramas, con los animales en su medio natural interpretado, además de las áreas temáticas a mitad de camino del museo etnográfico o antropológico, no puedo negar que la sala de Nueva Guinea me ha gustado más que la de París, pero en esto como en todo hay gustos. A lo expuesto hay que añadir la emoción de la búsqueda de los escenarios de “Noche en le museo” que se palpa en el ambiente.

Después ya que estamos enfrente, la primera incursión en Central Park, nos tocó el lago pequeño de traza pintoresca y el recorrido quizás más cinematográfico y reconocible hasta aterrizar en el Plaza. Lo primero reponer fuerzas en el Joint de Le Parker Meridien, que no cambia con el paso de los años, ni la aglomeración, ni la decoración ni por supuesto su oferta de hamburguesas con una calidad aceptable.

Repuestos el recorrido obligado por la Quinta Avenida, la pista americana de Tiffany’s, Abercrombie, Gap, Hollister y como no Nike, hay que obtener una gorra el primer día para identificarse con la ciudad. De paso la Trump Tower, lo ha conseguido, turistas en peregrinación, pero también neoyorquinos sentados leyendo o tomando el picnic en el parque público de su quinta planta, descenso a la tienda de recuerdos, cutre, tal cual tiendita de cualquier aldea marinera. Deambulando, Saint Patrick y como no Rokecfeller Center como siempre ordenada, bien cuidada y masas de gente haciéndose fotos, es un espacio muy logrado frente a la magnitud de sus escala.

Llegamos a Time’s Square ya iluminada, bulliciosa como a cualquier hora del día, ahora la gente se sienta, aunque el ruido la haga poco atractiva, la peatonalización ha sido parcial y el ruido de las conversaciones es alto. Un indudable acierto del proyecto de Shoneta, la grada que resume lo que es la plaza: un espacio del que disfrutar. Creo que para ponerla de ejemplo de humanización le falta mucho, pero el cambio es de agradecer.

El día lo rematamos en la zona de los teatros y un musical como corresponde, la elección recayó en Cat’s. Un Cat’s colorista y brillante, una escenografía que caracteriza bien el ambiente pretendido por el guión, una iluminación prodigiosa por momentos mágica. Realmente mucho mejor que la vista en Londres ya hace muchos años, recreada más en lo cutre y marginal de la historia.

Tras el inevitable recorrido de Central Park, este día el castillo, el lago grande y ese perfil tan característico de NY por su homogeneidad y ese otro ángulo de grandes árboles que sumerge el parque en la naturaleza. Como segundo museo el Metropolitan y su apasionante colección de pintura, parecería que ahí está todo aquello de lo que tenemos un recuerdo preciso, con especial presencia de finales del XIX y principios del XX y cinco Vermeer, Juan de Pareja de Velázquez y Gertrude Stein de Picasso y más y más y mucho más. Lo demás aquello que nos toca la reja de la catedral de Valladolid y el patio del palacio de Vélez Blanco, una joya renacentista enclavada en un museos de museos, desde la colección de Robert Lehman, una muestra que no puede decirse representativa sino total del S.XVIII europeo, mobiliario, pintura, ajuar…. Lo demás deprisa, es un museo para muchos días. A la salida un perrito caliente, no podía ser de otra manera y al metro, una vez aprendido no tiene la menor dificultad, salvo pasar del Este al Oeste con el escollo de Central Park. la comunicación transversal en NY es difícil, pero dada la escala nada es imposible para un buen andarín.

High Line arranca en la calle14, desde Chelsea hasta el Meatpackng District, discurre en medio de una gran transformación urbanística, en donde el tejido industrial desaparece en un mar de grúas para ser sustituido por rascacielos de oficinas y viviendas de alto standing, que igualmente van sustituyendo las edificaciones populares a lo largo del recorrido en un proceso de gentrificación imparable.

El parque lineal, proyecto de Diller Scofidio+ Renfro aprovecha la vía elevada de la West Side Line, una vez abandonada y de la que aún queda algún raíl para convertirla en un paseo peatonal en altura con un recorrido paisajístico. Serpentea entre los edificios ensanchándose en donde se producían los cruces, creando auténticas plazas con un carácter muy distinto, jugando con al estancia en distintos aspectos de la conversación al mirador o una playa con su falso curso de gua frente al río. Es una senda pavimentada siempre bordeada por vegetación silvestres, bien combinada y de fácil mantenimiento con un falso carácter casual que llevaría a la ficción de andar por el campo. Con desviaciones de escaleras y ascensores para retomar la ciudad.

Una parada mitad de camino en el Chelsea Market, el mercado se sitúa en una antigua fábrica de harinas, recoge la propuesta de mercados gourmet que recorre Europa desde el de San Miguel en Madrid al de Enfants Rouges en París. Menos sofisticado que el primero y menos mercado que el segundo. La oferta de comida es americana, pizza, pasta y hamburguesas, chocolates y helados, comida tex-mex y alguna tienda de diseño y ropa. El carácter de mercado lo mantiene la pescadería que ofrece el pescado fresco para comprar o se consume elaborado con el protagonismo de la ostra, estrella de referencia de los neoyorquinos. En general hay poco espacio para sentarse, fomentando la rotación y poco el placer del turisteo con sus momentos de reposo.

El diseño está en la línea del Palais Tokio, intervención mínima, en un recorrido lineal de una a otra fachada, ladrillo visto, desconchones aquí y allá, microcemento en el suelo e instalaciones vistas perfectas.

High Line remata en un punto ya civilizado por los hoteles y la restauración y el Withney Museum de Renzo Piano que solo vislumbramos, por vagancia, estaba allí. Hubiera sido una buena ocasión para compararlo con la Fundación Botín de Santander, pero otra vez será. Al metro y de nuevo al bullicio de Time’s Square, ahora de día y Hard Rock llamando antes de ir a Battery Park a coger, ida y vuelta gratuita, el barco a Staten Island, un buen método para pasar al lado de la estatua de la Libertad a una hora tan tardía. De nuevo una asignatura pendiente junto con la renovada Isla del Gobernador.

Ya toca el MOMA, esta vez con una gran antológica de Rauschenberg, no sé si estoy muy de acuerdo con esta política de exposiciones temporales, te hacen perder referencias y si el artista es tan local, por mucha información que tengas de su trayectoria y te den, pinceladas de Jasper Johns, Jackson Pollock, John Cage o Merce Cunninghan y un Warhol, la crème de la crème de EEUU, no estás dónde crees estar y si por encima el patio está cerrado por evento social, ya solo te queda el gran Sean Scully de la entrada. Al salir llueve, no queda más recurso que la magnífica tienda de diseño de la acera de enfrente aunque no compres nada. Menos mal que había una magnífica exposición de dibujos y maquetas de Frank Lloyd Wright, problema, hay que llevar compañía de arquitectos.

Así se llega a la hora de la comida, metro a Canal Street que bajo la lluvia pierde su encanto, y a disfrutar de Little Italy y Chinatowon para acertar bajamos por la mejor idea es buscar el eje de cada barrio Mulberry Street para Little Italy y sus arcadas de luces con los colores de la bandera italiana y Moot Street con su farolillos rojos y su mercado callejero al aire libre donde se muestran infinitos alimentos de variadas formas y colores, desconocidos para el profano.

Más asequible Little Italy, con su su urbanidad latina y su sucesión de restaurantes, comimos en uno anodino, después de renunciar a una pizzería con personalidad de barrio romano, a buen seguro un lugar para considerar. Primera recomendación, recorrer toda la calle antes de sentarse a comer y empezar a disfrutar de los grafiti y anuncios gigantes que proliferan por la zona.

De camino al puente de Brooklyn, el objetivo del día, pasamos por Bowery, que ya no es el lugar degradado y en apariencia peligroso en su abandono y sus homeless borrachos en el suelo en todas las esquinas, un espacio triste que conocí en 1983 y aún vi en 1991. Hoy es una calle limpia, activa y animada, centrada su regeneración en la construcción del New Museum de Sejima+Nishizawa/Sanaa, seis cajas apiladas y desplazadas con elegancia, encontrando un hueco en relación con las medianeras colindantes y descontextualizadas en su entorno que espera a ser transformado. Atractivo bajo el cielo plomizo debe de ser espectacular en un día de sol. Más arte contemporáneo ¡no!, solo entramos al vestíbulo, desnudo, de líneas sencillas, y a su tienda, una magnífica librería con ¿todo? lo que hay que leer para entender que ocurre ene mundo del arte hoy y una tentadora oferta de objetos de diseño, el elegido, el más trivial un pin de gato, extraído por comparación con una obra contemporánea, Mondrian, Matisse, Picasso…un ejercicio verdaderamente ingenioso. En la calle hoy proliferan las galerías de arte.

Enfrente del museo está Prince Street una calle neoyorkina común, con sus escaleras al exterior y árboles en sus aceras. Su recorrido ofrece pequeñas tiendas de moda llenas de tentaciones, diseño minimal, colores pardos grises y negros, una pequeña nota de color y calidad indudable, para caer tentados en una esquina por un pequeño café, Little Cup Cake, como debe ser, perdido en el s.XIX, por contraste, con maravillosos pastelitos y atractivas tartas para caer en la de chocolate, aún sin saber, nos lo contarían los recortes de periódicos enmarcados, que era la mejor tarta de chocolate de los Estados Unidos.

Recobradas las energías, solo quedaba encontrar el arranque peatonal del puente, fácil sobre el papel y complejo en la realidad por los cambios de nivel. El recorrido del puente es una gran experiencia no solo por lo que ofrece de la ciudad a medida que se avanza sino por el propio puente, con una visión seriada, de su estructura repetida simétricamente, la piedra y los radios de acero dibujan el espacio, como es imposible ver en la visión lejana, siempre cinematográfica que tenemos en la cabeza.

Salir del puente no es más fácil, pero en cualquier caso había que recorrer DUMBO (Down Under the Manhattan Bridge Overpass), un distrito de grandes almacenes rehabilitados y con nuevos contenidos que hablan de un lugar de emprendedores, artistas emergentes y una buena oferta hostelera, un lugar de moda entre el puente de Brooklyn y el de Manhattan. Al fondo de la calle Waters se ven las grandes pilas de piedra que sostienen el puente y forman un ovalo dentro del que en su eje aparece el Empire State Building. Y a partir de aquí el diluvio universal, el River Café empezando a recibir gente, deseosa sin duda de pedir su puente de chocolate que no se comerán, algo tan bonito y tan frágil pide ser conservado. Nos refugiamos en la Brooklyn Ice Cream Factory, la mejor heladería de NY según rezan las guías, una construcción blanca ¿colonial?, en la que en ese momento había más empleados que clientes. Los helados muy buenos, hay que llevar dinero, no son caros, pero es uno de los pocos lugares en que no admiten Visa.

Un intento fallido ver el Brooklyn Bridge Park en la ribera del East River, uno de los múltiples logros del alcalde Bloomberg, tenía buen aspecto bajo la lluvia y Manhattan iluminado visto desde allí es todo un espectáculo, que debe ser grandioso si un día sin agua se ven encender las luces de los edificios a la puesta de sol.

La vuelta un enredo de calles cortadas, marcadas por una topografía difícil, que hace que la parada de metro en principio ahí mismo se aleje cada vez más, una experiencia en la investigación de NY.

De nuevo Central Park, Olmsted, un sabio, diseña una pieza de identidad, un pulmón verde para la ciudad, una caja de sorpresas y al tiempo una barrera en las relaciones transversales. El objetivo final la Frick Collection, mi museo preferido de Nueva York, la representación de una forma de vida, ya periclitada, nos queda la “Edad de la inocencia” y una colección de pintura que no deja de asombrar cada vez que se ve. Para la escasa producción de Vermeer, tres de sus lienzos están aquí, pero hay mucho más, Rembrandt, Goya, Velázquez, Sargent, una colección muy equilibrada. Con una colección de elementos decorativos casi perfecta, de un gusto exquisito, parecido a la Wallace de Londres, el Frick consigue liberarse de su atmósfera de museo. Todas las ciudades se merecen un museo así, Madrid tiene dos el Lázaro Galdeano y el Cerralbo, a lo mejor no tan espectaculares, pero de la misma época, con unas colecciones espléndidas y con innegables connotaciones con la generación de la Frick .

Llega la hora de las frivolidades y toca recorrer Lexington de arriba abajo, la numeración neoyorkina le acaba con la cabeza a cualquiera, un descubrimiento para reponer fuerzas sobre la marcha con un bollo, Maison Baker, no sé si hay muchas pero al día siguiente recaímos en otra. La frivolidad, Dylan’s Candy bar en la tercera avenida, un mundo lleno de colores e infinitas chuches repartidas en dos plantas, chocolates, caramelos, gomínolas e innovaciones varias en el mundo de los dulces, colocadas con gracias y con alicientes como la vitrina en la que personajes famosos han instalado una cajita con su foto y su chuche preferido.

Y abierto el apetito, de nuevo a investigar, esta vez sobre seguro, le toca a JG Melon (Lexington con la 74), enfrente de la Maison, la típica terraza de película y un interior con personalidad, una buen hamburguesa y ¡ojo!, a la búsqueda de un cajero y dinero, al final va a ser un mito eso de ir solo con la tarjeta en el bolsillo.

Y toca vagabundear y buscar un pastel para rematar la comida, Tribeca nos llama al igual que el edificio de bandejas que se ve desde todas partes, de quien será el proyecto ¡ni idea!, una cierta similitud con los de Bjarke Ingels ya tiene, pero va ser que no, el suyo está en la calle 57.

De ahí a la Zona Cero, pasando por el City Hall Park, fuera del tiempo de esa ciudad. No vimos el museo, pero sí la magnífica fuente homenaje a los fallecidos, un agujero sin fondo en el que los bordes son un reflejo de las cataratas del Niágara, jugando con los distintos tonos y texturas del acero corten en un buen ejercicio de diseño, al que acompaña el espacio público en el que se inserta jugando con el césped y la piedra, definiendo pequeños espacios para el silencio y la reflexión.

Al lado un centro comercial, escaparate del comercio de lujo de moda del planeta, con un espacio central con palmeras y una espectacular escalera para actuar como una escenográfica pasarela. En ese momento había una exposición de Snoopy en diversos atuendos. Atravesando, Battery Park, muy concurrido, desde un animadísimo after work, a la gente corriendo o jugando o los que relajados y tranquilos acompañamos para ver la puesta de sol entre los mástiles de los barcos de la pequeña marina.

Para regresar cogimos el camino subterráneo, más bien una galería comercial que conduce hasta el intercambiador de Calatrava, un espacio poderoso, de gran escala, como corresponde a la confluencia de un número muy elevado de líneas de metro, un auténtico hub urbano. Un espacio modelado en, con una cubierta a modo de costillar y un guiño a la guerra de las galaxias, que exteriormente se traduce en una ligera espina de pez, dando contenido estético y réplica de escala a los nuevos edificios por medio del contraste blanco sobre azul. En conjunto y sin atender a su coste es una obra de progreso y confianza en el futuro.

La salida, ya de noche, al distrito de Wall Street a la caza y captura de la Reserva Federal y para rematar el día en Greenwich Village, animadísimo a esa hora, en el Café Wha (115, Macdougal St.) un “antro”, en el que cuentan que Bob Dylan, toco por primera vez en NY, un sótano oscuro, repleto de gente, con un escenario en el centro y un menú con diversas “recetas” americanas de pollo. La hora, la justa, quince minutos antes de que una banda roquera empezase a tocar, canciones antiguas, recientes y propias, con un buen sonido a la que se añadió un cantante invitado. Un buen concierto, bien dosificado que alcanza su cénit, cuando gentes de todas las edades, se levantan a bailar y convierten el lugar en una discoteca llena de sonrisas.

Que mejor que empezar la despedida en Strawberry Fields, y su estrella dedicada a Imagine y que, aún hoy, después del tiempo transcurrido es un lugar de peregrinaje, donde los claveles rojos ocupan un amplio espacio y la gente permanece un rato en silencio, y de nuevo a buscar un recorrido diferente por Central Park para llegar a la Quina Avenida y esta vez al Guggenheim, hoy no está cerrado por evento pero se nos avisa que en la rampa están montando una exposición y no se puede circular por ella. Al final la arquitectura es lo que prevalece, bien mantenido, su fuerza estética y visual permanece, no en vano inauguro una nueva tipología museística en la que el contenedor se impone sobre los elementos expuestos, como predecesora del Guggenheim de Bilbao. Aquí más contenida, el recorrido es el medio de visualización de las obras. En Bilbao el montaje tiene que imponerse si se quiere que la obra expuesta se perciba y valore. En esta ocasión, dada la escasa relevancia de una de las exposiciones vistas, un vago simbolismo vinculado a alguna sociedad secreta, la otra una colección de magníficos Brancusi nos levantó el ánimo, no nos impidieron disfrutar del despliegue de la rampa y la cúpula. El sol acudió al juego de luces y sombras de las bandas blancas en el exterior.

De nuevo a caminar hasta el Empire State, no se puede dejar NY sin subir a su terraza, hacer fotos de la panorámica y dejar constancia de nuestra presencia. Nunca dejará de gustarme la elegancia de la decoración decó de este edificio, a veces recargada, pero tan bien diseñada y ejecutada que se le perdona. Desde aquí arriba la retícula neoyorquina luce en todo su esplendor, las manzanas rectangulares en dirección N-S, Central Park en su centro y luego Houston Street, en donde de repente las manzanas se dan la vuelta y cambian de proporciones, el Sur cada vez más caótico hasta llegar al trazado originario, bordeado por Battery Park. Desde aquí Manhattan se convierte en una isla rodeada de muelles, que poco a poco van engullendo nuevas actividades.

De nuevo en la calle y de nuevo buscando un lugar para comer, pasando primero pro Central Station, había que ver las bóvedas de Guastavino en el Oyster Bar. Esta vez contando solo con el olfato llegamos a Giuseppe’s (Lexington con la 40), un lugar pequeño, casi casero y con las mejores pizzas degustadas en mucho tiempo y una novedad, una pizza de pollo exquisita de la que hubo que repetir, no hay que alarmarse la venden en porciones. Y otra vez a la búsqueda de la mejor tarta de queso de la ciudad, el sitio cerrado nos llevo de nuevo a la Maison Kaiser, en la 44 al lado de Bryant Park, un remanso de paz a la espera de la Fashion Week. La más inglesa de las plazas de NY estaba llena de tranquilos paseantes y gente perdiendo el tiempo bajo el sol, se estaba montando un escenario para una representación shakespeariana nocturna. Nuevos pasos hacia la 42 para verificar como el parque más pequeño de la ciudad, ejemplar ya antes, continúa apacible, un lugar verde en medio de los rascacielos. Time’s Square, para la despedida la tienda de Emmanent’s como reclamo de color y sabores, nada que ver con la fantasía de Leicester Square de Londres, pero aún así un lugar para dejar la ciudad con un buen sabor de boca.

Turín

Nunca me cansaré de insistir en que  una parte importante del éxito de un viaje está en su preparación, así que como recomendación previa nunca está de más añadir tres o cuatro días antes del viaje y más cuando el destino es una ciudad esquiva como Turín, con un escaso amor, en apariencia, por los turistas, una ventaja, la ciudad está vacía, una desventaja también, de turineses, lo que resta ambiente a la ciudad. Y, por tanto, la siguiente recomendación es no ir en agosto a Turín.

Pero una vez hecho el viaje hay que disfrutarlo, si no vuelas a Turín lo más próximo es Bérgamo, una oportunidad para conocer una de las múltiples ciudades menores de Italia, pero con un gran interés. Una ciudad con un recinto medieval, en la cima de una colina, la ciudad alta, calles estrechas y no demasiada plazas. La principal, la Plaza Vieja, en una cota más alta que la calle Gombitto por la que se accede. En ella se sitúa el Palazzo de la Ragione en cuya “loggia”  encontramos un reloj solar en  meridiano, tan amado en la época barroca,  de los que hay una muestra en El Escorial y que se utiliza para poner en hora los múltiples relojes de la colección real. La “loggia” hace de vestíbulo a la estrella de la ciudad, la capilla renacentista Colleoni, colindante a Sta. María Maggiore, apabulla la profusión de su decoración en mármol policromado, en su interior está el mausoleo de Colleoni y los frescos de la cúpula de Tiépolo.

La iglesia del s.XII en piedra, sobria al lado de la capilla, volumétricamente es de gran interés, en apariencia está hecha por adicción con un claro predominio del románico lombardo, magnífica la torre y la portada del ábside, precedida por un pórtico bizantino apoyado en unos expresivos leones. El interior es magnífico, todo él pintado al fresco, al punto que algunos murales, en apariencia del s.XIV, los tapan con toda soltura con muebles de desecho. En ella está enterrado Donizetti.

En su lateral, una joya, la Sta. Cruz, un sobrio templo octogonal en apariencia más antiguo, oscuro y severo con una volumetría rotunda, está cerrado, rodeado por una pasarela  a media altura. A  la vuelta una plaza que es un mirador sobre el valle. La comida en una “tavola calda” que siempre es una buena elección, una heladería y una pastelería para comprar Polenta Osei un dulce bergamasco, que será el postre de la cena.

Temprano a Turín, nos habían avisado que era complejo llegar a la casa en la que nos alojaríamos en Colle Madalena, una de las colinas que forma el telón de fondo de Turín, ya en Moncalieri. Gracias al itinerario de google y después de mil vueltas y revueltas llegamos a la casa que habíamos alquilado, casa de arquitecto para sí mismo, o sea estéticamente muy bien y para la vida cotidiana….la compra guiada en el pueblo de al lado, una calle larga, muy italiana.

A la mañana siguiente a la descubierta, primero descubrir un aparcamiento, la señalización italiana, un mundo para un español, enfrente del castillo, no es un mal comienzo. De allí la oficina de turismo, para aprovisionarnos de múltiples folletos, de dudosa utilidad, en ella una persona muy amable deseosa de practicar su español. Está en la plaza del Castello y allí está el Palacio Madama, el castillo vestido por Juvara para placer de la reina, para que llegase a su palacio como correspondía a su categoría.

El castillo medieval se sitúa en el borde de la ciudad romana, con su cardo y decumanus aún visibles tras el paso del tiempo, resistiendo a la magnífica traza de una ciudad barroca por excelencia, que en su crecimiento no pudo resistirse a continuar sus ejes en un ensanche ortogonal en el que palacios e iglesias se insertan con naturalidad dando paso a las plazas: Castello, San Carlo, Carignano, acompañadas las calles por galerías y espléndidos soportales, altos y espaciosos que permiten la vida de relación, la tertulia relajada, observando los escaparates que llenan la mirada. Dicen que hay 18km. de soportales, lo que debe ser una respuesta a las inclemencias climáticas de una ciudad situada en las estribaciones de los Alpes.

La primera visita fue al Madama, de Juvara solo es la primera crujía que acoge la grandiosa escalera de dos tramos laterales, un edificio elegante, esbelto al tiempo que horizontal como corresponde a su autor. El edificio es un museo, esencialmente de artes decorativas, que guarda múltiples tesoros, entre los que destacan el Retrato de un caballero de Mantegna  y “El libro de las horas del duque de Berry”. En este momento hay una exposición temporal, visualmente muy atractiva, en torno al acto de comer, vajillas, complementos, mesas puestas a la moda de distintas épocas. El edificio se ordena temáticamente, desde una sala dedicada a la pintura medieval, organizando el recorrido en base a un ascensor incrustado en una de las torres, en su cima  se observan unas hermosas panorámicas de la ciudad.

La siguiente visita es a San Lorenzo, su fachada se oculta en un edificio civil, es de Guarino Guarini, se trata de una iglesia del S.XVII, que me tenía fascinada desde los tiempos escolares con su cúpula estrellada, una tracería árabe, soporte y refuerzo estético al tiempo, no solamente es interesante al cúpula  sino el conjunto espacial, su planta centrada  está definida en un octógono  mientras que el altar se sitúa en una elipse, es barroca al límite frente a la delicadeza de su cubierta.

San Lorenzo es una de las treinta iglesias que se asientan en el centro de la ciudad y que han sido restauradas  dentro de un amplio programa para crear un área cultural urbana, donde la interacción entra la arquitectura de calidad, el sistema de museos y eventos puedan ser el pistoletazo para el desarrollo a largo plazo de Turín.

image033No es cuestión ver todas, y no lo hicimos, pero  después de la parada en un herbolario de maderas oscuras que albergaba cientos de cajas con misteriosas  hierbas y donde obtuve una mezcla para dormir bien, un magnífico regalo: el santuario de la Consolata,  con una planta torturada, complejísima y resuelta con maestría, en donde Guarini también tuvo ocasión de lucirse, exteriormente no dice mucho, la sobriedad del paisaje urbano es parte de la identidad de la ciudad , pero le acompaña un “campanile” lombardo con su fina tracería de ladrillo oscuro.

Si se va a Turín hay que ir a la capilla del Santo Sudario, atrás dejamos una de las puertas romanas de la ciudad. La Sindone, es una austera capilla dentro de la catedral, en la que también interviene Guarini, pero aún después del tiempo transcurrido desde le incendio no se puede ver la cubierta en ondas superpuestas, escondida tras los andamios. Para entonces ya tocaba comer, a destiempo, en una oscura pizzería con unas riquísimas porciones de pizza. Por supuesto después el Palacio Real ya estaba cerrado, al igual que la exposición de Lempicka y los jardines, que sospechamos están en restauración, pero en el Polo real, así se denomina e conjunto, quedaba la Biblioteca  Real, una hermosa pieza, con sus vitrinas repletas de joyas bibliográficas, un espacio separado para investigadores. Silenciosa y tranquila como corresponde.

De allí  a ver la Mole Antonelliana, símbolo de la ciudad y visible desde cualquier lugar, en el se sitúa el museo Nacional del Cine, que no vimos, pero sí los carteles recortados con sus silueta que lo preceden, en la que cada año se hace una exposición denominada That’s a Mole! que la precede en su acceso.

Ya solo quedaba tomar un helado en Garibaldi, la calle comercial por excelencia, eje del damero romano y su paralela que conduce a la Piazza Savoia,  de unas hermosas proporciones rodeada de soportales y la blanca arquitectura clasicista de calidad a la que nos íbamos acostumbrando. Para rematar el Café de San Carlos, en la plaza del mismo nombre, un café decimonónico de arañas y espejos en donde degustar los célebres cafés y chocolates.

Un día después tocaba la joya de la ciudad, el Museo Egipcio, según cuentan el segundo después del de El Cairo. Es una colección muy didáctica, bien expuesta y variada, en el que destacan los Libros de los Muertos, las tumbas de Merit y Maya,  los sarcófagos de todas las épocas muy bien documentados, o las grandes esculturas de todos los periodos. Una colección creada a base de una inteligente política de adquisición de piezas a partir del siglo XVIII, un equipo de buenos arqueólogos creando escuela, y el museo como resultado. Lo más espectacular, por la escenografía de su presentación, diseñada pro Dante Ferretti, tres veces oscarizado, es una sala al final del recorrido,  reúne una espectacular alineación de esculturas que pasa desapercibida si no tienes cierto empeño.

A la salida un pequeño paseo por las plazas y en la de Carignano, el palacio que fue sede del primer Parlamento italiano, un inmenso edificio en ladrillo también de Guarini, en el que el material ayuda a sacar partido al lenguaje barroco, una portada ondulada al centro y dos alas simétricas, con un ritmo marcado por las ventanas recercadas con unas molduras con un modelado muy plástico.

Ir a Turín y no ver el Pabellón de caza de Stupinigi es como no hacer el viaje ya  punto estuvimos de no verlo, a quién se le ocurre buscarlo desde el interior de la ciudad y como única herramienta el magnífico folleto: Corona de Delicias que reúne todas las residencias de Turín y Piamonte que representan el poder político de los Saboya, organizado desde los palacios del poder, en torno al Palacio Real, vida de la corte, residencias de placer y veraneo real, más alejados, y lugares de devoción, pero ¡a quién se le ocurre! sin un mapa. Así que aviso al navegante, a la vista del dibujo de la portada coja la circunvalación para ir a cualquier sitio, se hacen muchos más kilómetros pero se llega directamente a Stupinigi, un espacio barroco tremendamente escenográfico, concebido por Juvara.

 Antes de llegar al palacio se crea un recorrido flanqueado por edificios militares, en apariencia, pero que también acogen las viviendas al servicio del palacio, luego se ensancha en una amplia plaza formada por dos semicírculos de distintas dimensiones para desembocar en otra octogonal a la que se abre  el palacio blanco que cierra la perspectiva, con un cuerpo coronado por un ciervo y dos alas rematadas con una balaustrada y sus florones, el eje se interna en el territorio en una larga perspectiva. Lo dicho, una obra característica de Juvara, pura escenografía. Las fachadas traseras son de ladrillo rojo sin revestir al igual que las edificaciones auxiliares y como acompañamiento calor y más calor.

A continuación, así contado casi parece una competición, el Palacio de Rivoli, un edificio militar medieval sobre una colina, al que Juvara debía dar suntuosidad con un encargo que no se llevo a cabo y que dejo una gran brecha entre el castillo y el edificio de la “Manca Lunga”, de gran longitud, que albergaba la pinacoteca ducal. Un proyecto de Andrea Bruno de los años ochenta del siglo XX  resalta la fisura, transformando el espacio en un proyecto contemporáneo, respetuoso con la ruina que acoge hoy el Museo de Arte Contemporáneo, una prestigiosa colección considerada la mejor de Italia y un referente europeo por sus exposiciones temporales. Dado el gran desnivel existente entre el centro histórico y el palacio se ha construido una escalera contemporánea bastante interesante integrada en el talud, una versión menor de la de Toledo. Allí nos pillo la noche descubriendo al gran vía que en línea recta le une con la Basílica de Superga y la triste historia de Mafalda  de Saboya.

Como estaba previsto al día siguiente abandonamos la ciudad para acercarnos a la Costa Azul, total 140km. hasta Niza, pero nadie nos aviso del túnel de Fréjus y la hora y media que invertimos en cruzarlo. Así que a  disfrutar de Grasse, la ciudad del jazmín y los perfumistas, presentes desde el siglo XVIII en la ciudad, que la novela de Süskind puso de moda. Cuenta con un centro histórico con una hermosa trama para recorrer a pie, una gran plaza Aux Aires lugar de mercado y antiguamente sede de los ”tanneurs”y un conjunto de espacios de interés articulados en torno a su catedral. Grasse está repleta de restaurantes y múltiples fábricas de perfumes y jabones, explotadas como centros de consumo, con bonitas tiendas y envoltorios preciosos donde todo es atrayente y te impulsa a comprar. Vimos el Museo Internacional de la Perfumería, didáctico, con áreas mejor resueltas unas que otras, en las que los materiales expuestos van desde la materia prima y su fabricación, a su valor social o cultural unidos a testimonios arqueológicos y una importante presencia del diseño en la presentación de los perfumes. Tiene un sabor decimonónico que se reproduce en un encantador Museo de Arte e Historia de Provenza instalado en una mansión burguesa.

De ahí a sufrir a Niza, no porque el recorrido por la costa no sea bonito, sino que  excesivamente volcado al turismo está repleto de gentes y coches, o el Paseo no mantenga su condición de lugar de encuentro, pese a haber sufrido una agresión considerable por las nuevas edificaciones en los últimos años, el Negresco permanece incólume, como baluarte del pasado. Pero su masificación queda muy lejos de lo que le hizo famoso a principios del S.XX cuando los grandes duques rusos paseaban allí. La pesadilla, el tráfico y el ruido y el coche que no hay posibilidad de abandonar sino es a kilómetros de la Vieja Niza, donde se produce una bulliciosa vida nocturna, excesivamente multitudinaria para ser disfrutada, una cena agradable enfrente del Palacio de Justicia y luego caminata nocturna por el Paseo de los Ingleses, disfrutando de la noche, ya mas callada, y de los edificios representativos bien iluminados, contándonos lo que nos íbamos a perder por ser turistas apresurados, desde el Palacio Lascaris a la Galèrie des Ponchettes o el Museo Massèna, empeñados en poner en relieve la importancia del Paseo para Niza, con tres exposiciones de las que sin duda la más interesante sería: “El paseo de los Ingleses o la “invención de una ciudad”. El Negresco ofrecía “art decó” que visto lo anunciado parecía más ligera y apropiada a la época y a las artes decorativas que la adornaron, que la de la Fundación March de este invierno pasado toda oscuridad y pesantez.

Puestos a elegir para la mañana siguiente ganó Chagall a Matisse, mereció la pena el paseo por los espléndidos palacetes a medida que íbamos subiendo, el propio Museo sustituye a uno de ellos. La exposición temporal gira sobre al “Bahía de los ángeles y Marc Chagall” cuadros que el pintó en un lugar en el que fue feliz y que además le permitió ver en vida su Museo, construido para alojar sus escenas de la Biblia. Magníficos los cuadros, llenos de color y de sus figuras predilectas. Un buen proyecto para el museo que las acoge, la  obra es de André Hermant y está acompañada por un jardín mediterráneo.

De ahí a Vence, una ciudad tradicional francesa, bien cuidada y muy turística, con una sucesión de placitas, en las que ofrecen una comida apetecible pero….ya se sabe….quien llega tarde… tiene que conformarse con lo que hay, el ambiente es relajado. En la Plaza….pasando bajo un arco una feria de papel antiguo y llega la perdición, quién se puede resistir. Así que cuando llegamos a Saint Paul de Vence, el objetivo del viaje, la Fundación Maeght se había esfumado, bueno no del todo, lo importante era el edificio de Sert y al menos por fuera pudimos apreciar la ligereza de la cubierta y su contraste con los muros de ladrillo y las esculturas mayores del jardín.

El pueblo una auténtica fiesta, una galería de arte aquí y otra al lado, tiendas gourmet, de diseño, espacios mil veces incorporados a la memoria de los cinéfilos, algún elemento tradicional de gran interés como los lavaderos y las fuentes. Pero lo mejor el bullicio del recorrido de la Calle Mayor desde la Plaza nueva al cementerio en el que está enterrado Marc Chagall , pasando por al Gran Fuente y la Placette y reamtar con el  paseo por la muralla para contemplar el paisaje, Saint Paul está en la cima de una colina, lo que la hace terriblemente fotogénica. Hay que perderse por las callejuelas hasta llegar a la Iglesia Colegial, para acabar disfrutando de la organización de una cena con baile que preparaban los vecinos, Francia en estado puro.

Costeando camino de casa, sin bañarnos en la Costa Azul, Cap Ferrat, vistas magníficas, en un recorrido paisajístico de primer orden, dado lo quebrado de la costa, pintada hasta el infinito con miles de matices de color,  disfrutando de la puesta de sol y de las primeras luces, con la bahía de Niza al fondo, la de los ángeles. Permanece bajo el cielo azul y la luz vibrante esa atmósfera que envolvía a las vanguardias que pusieron de moda la Costa Azul y su pueblecitos encadenados a pequeñas playas y calas, un territorio físico y humano que Echenoz describe espléndidamente en “Ravel” y que nos lleva a entender a aquellos artistas que no eran más que un reflejo de la realidad circundante que se les escapaba  o de la que escapaban, eso sí, juntos.

 Luego sobrepasar Montecarlo, insufrible, una inmensa discoteca desde los túneles, eso sí hacer el recorrido del Gran Premio y comprobar cómo los coches de lujo y sus propietarios salen todos juntos y se saludan en el gigantesco y ruidoso atasco. La Costa Azul no es para el verano.

Al día siguiente, por supuesto cualquier veraneante que se precie no madruga y nosotros no lo hicimos, Aosta y su trazado romano estaban al lado, pero como no, caímos en una trampa el único jardín del que me habían hablado, el de  Reggia di Venaria estaba tentador en el camino y allá fuimos, con la intención de ver el parque, que no el palacio del s.XVII y donde Juvara dejo alguna de sus mejores piezas, pero hay que priorizar.

El palacio es de grandes dimensiones, predomina el ladrillo pero también aparecen grandes paños blancos en una cuidada restauración. El palacio debió sufrir de manera importante durante la Segunda Guerra Mundial y en lo que al jardín respecta han resistido la tentación de reconstruirlo, manteniendo eso sí las trazas, el gran estanque y las ruinas de los que debió ser la grandiosa fuente de Hércules. Estamos ante un jardín moderno en el que la intervención de Giussepe Pennone: “El jardín de las esculturas fluidas”  va haciendo un recorrido sutil, con actuaciones mínimas, juegos de agua, maderas, árboles modificados, piedras bien situadas; “land art” en estado puro que en nada interfiere con el jardín barroco, además hay una buena pieza de Giovanni Anselmo,  uno de los líderes del “arte povera” enfrentado a la Escudería Grande.

Han construido la rosaleda, que nunca lo fue, aunque si estaba prevista en el trazado original, incorporado mobiliario contemporáneo para perezosos y una sorpresa al caer en una de las alas de la rosaleda, convertida en teatro para representar  “Il falso convitto”, ¡quién se resiste a la sugerencia! Así que al pueblo a por un bocadillo, sentados al fresco en la calle para diversión de los vecinos que andan de paseo. Reggia di Venaria es un pueblo barroco proyectado  a finales del S.XVII, con una calle lineal que se inicia con un exedra y se remata con otra y una gran plaza central, en la que se sitúa el ayuntamiento y la iglesia. Según se recorre no se puede evitar pensar en Carlos III y los poblados de colonización de Despeñaperros, incluso en la arquitectura.

De vuelta al teatro “Il falso convitto” es un montaje acerca de a sostenibilidad alimentaria, en la que un coro de frutas transgénicas cantan un aria, el agua nace de cascadas de plástico, los productos se comen la energía al trasvasarse de un continente a otro y los espectadores después de ser liberados del rococó que no barroco babero con el que han degustado el “convitto”, ser convenientemente asados y etiquetados con un código de barras para ser devueltos al mundo real. Una parodia deliciosa si no fuese por la gravedad de lo que  expone.

Y de nuevo a retomar el camino hacia Aosta, un hermoso valle que no disfrutamos flanqueado por altas montañas y a cada paso por las fortalezas que desde la Edad Media protegen la entrada en territorio piamontés. Aosta mantiene la huella de su trazado romano, entramos en su calle principal desde un arco romano y nos desplazamos en un ambiente de montañeros disfrutando del fin de la jornada en medio de un aguacero. Una gran carpa acoge una interesante feria de artesanía montañesa e impide la visión de la gran plaza, en origen, supongo, el foro. De nuevo el entretenimiento nos pilla desprevenidos y ya disfrutamos de la ciudad con las primeras luces, lo que viene a ser que habrá que volver en otra ocasión.

La siguiente salida es hacia el Norte y la primera parada Chambèry, una ciudad que es posible que contase con un buen centro histórico pero el objetivo era ver al Mediateca de Mario Botta, un centro cultural de grandes dimensiones, muy característica del arquitecto, con las fajas grises y rosas, volúmenes rotundos, por los que el tiempo pasa muy mal, falto de mantenimiento e inmerso en una contaminación elevada, al menos en apariencia. No pudimos entrar ya que al ser lunes todos los espacios, incluida la biblioteca, estaban cerrados.

Anneçy  la siguiente parada, es el paradigma de la masificación turística, pintoresco y muy bien conservado, las flores están por todas partes, es tremendamente atractivo. Sus casas de todas las  épocas bordean los canales hasta llegar al lago y el gran parque que le da frente, lo curioso es que, pese al gentío, se tiene la sensación de un veraneo apacible, lo que debió ser el origen de su fama, acompañada por la cercanía de Ginebra, nuestro destino final, adonde llegamos a media tarde.

Paseo por el lago y foto en el reloj floral, la ciudad antigua, la “raclette” en una terraza y vuelta por los escaparates de Louboutin y demás compañía junto con todas las marcas de relojes que con sus neones coronan los edificios y puntúan el borde del lago. Atravesamos la isla de Rousseau, donde está la sede del Ballet de Ginebra, en un edificio curiosamente rehabilitado, desgraciadamente no hay actuación dada la estación, y comprobar cómo el lujo en coches, restaurantes y ropas viste la ciudad. Dormimos en nuestro hotel de Cristal al lado de la estación, un confortable lugar en que como su propio nombre indica los tabiques d cristal disminuyen al mínimo la construcción para aprovechar el espacio.

Ginebra  como objeto de viaje era un lugar de peregrinación, se trataba de volver a la Universidad, un  lugar en el que un curso de francés podía ser la expresión de un verano feliz, situada en un gran parque y enfrentada al Muro de los Reformadores con Calvino al frente. Se trataba de repetir un itinerario, luego no tenía cabida un museo. Eso sí un lápiz de Caran d’Ache en la preciosa plaza de Bourg-de-Four y porque no la última novela de Fred Vargas, comprada en lo que parecía una librería de viejo y una sorpresa la Capilla de los Macabeos en la catedral de San Pedro, la primera iglesia en al que yo escuche un concierto.

La salida camino de Chamonix, eliminado la autopista ya que no habíamos comprado la pegatina, no es más que un cambio en la continuidad de la calle, ahora estoy en Suiza  ahora estoy en Francia. Por fin el Mar de la Glace, un aparcamiento gigantesco y cientos de coches. Se sube en un tren cremallera que permite disfrutar del paisaje y de los ciervos que se acercan curiosos a ver quien sube hoy. El Mar de la Glace, un glaciar en movimiento, es la historia de nuestro fracaso y del imparable avance del cambio climático, el que yo pise en su día hoy prácticamente ha desaparecido en el fondo del valle y lo más grave es que en los diez últimos diez años ha descendido el doble que en los diez anteriores. Hay unas cuevas excavadas en el hielo, cuatrocientos peldaños más abajo que nos permiten observar la textura y el color del hielo, la iluminación y alguna talla pretenden banalizar el tema.

En cualquier caso el paisaje de los Alpes es grandioso, difícil de describir por su variedad y escala, desde agujas a picos redondeados, desde l primer mirador un teleférico permite llegar de nuevo a la estación donde excursionistas-turistas conviven con escaladores expertos que preparan la próxima jornada esperando el último tren de la tarde.

De comida una hamburguesa ¡Qué se le va a hacer! Chamonix es un atractivo pueblo de montaña, con su calle mayor para pasear, tiendas de montaña y  de recuerdos y un buen montón de  restaurantes, en los que si sirven espléndidas “raclettes” frente a la mezquindad de Ginebra, tiendas de gourmet, donde hay miles de quesos y embutidos para completar la despensa. La vuelta en la oscuridad, bajo la protección de las fortalezas del valle de Aosta.

Después de dormir bien y desayunar mejor en la inconsciencia de aquellos que ignoran que es “ferragosto” y sus consecuencias, una fiesta no oficial pero que todos siguen entusiásticamente y si preguntas ¿es fiesta? contestan no y te miran asombrados por la pregunta y tu sin comida y lo más grave sin gasolina, menos mal que se han inventado las autopistas. Vamos a la región e Asti, la región vinícola de los barolos y los barbarescos. Paramos en el mercado semanal de Asti, el pueblo con el encanto italiano característico, unas espléndidas iglesias y apacible como corresponde al primer día de “ferragosto”, la compra: cebollas, berenjenas “sfumatas”, es decir, blancas y malvas y tomates olorosos, de clases diversas  y en cantidades inmensas, donde elegir es más una cuestión de acertar.

A partir de ahí hectáreas y más hectáreas de viñedos como una marea de viñas bien alineadas ocupando todas las laderas hasta donde se divisa el horizonte. Las viñas en espaldares y los racimos bajos, casi pegados a la tierra  limpia y aireada, algo que debe tener algo que ver con la recogida. La primera parada Canelli, en donde hay un museo de vino pero además unas cuantas bodegas abiertas al público, cuevas abovedadas declaradas Patrimonio de la Humanidad. Una magnífica comida con un buen vino blanco, nos libramos del espumoso y la visita a la bodega Cappo, toda una experiencia a partir de la historia de la familia, con un uso escenográfico de la luz muy bien reforzada paro al música y unos audiovisuales de una belleza a veces serena a veces saltarina, como el vino que en ellas se cría. Una buena colección de esculturas, una salda de instrumentos vinculados al vino y una explicación precisa de como se va haciendo el vino, con una cata al final y la compra de un buen vino para la cena.

Nuestro recorrido Monferrato, Serralunga  de Alba, Barolo, pero visto lo visto cualquier pueblo de la zona merece la pena para pasar la tarde, aún bajo un calor aplanador. Apenas ahora, ya en Madrid en la exposición de Constant, descubro  que en Alba se realizó, a iniciativa de Aldo Van Eyck, un congreso del Movimiento Internacional para  una Bauhaus Imaginista, al que se incorpora Constant una figura clave junto con Debord, al que conoce allí, del situacionismo. Alba es un buen lugar para inventar la “psicogeografía” y la técnica de la deriva, allí nace también el “urbanismo unitario” que rechaza la lógica de la sociedad de consumo, posible embrión de las “slow cities” que aparecen más tarde en la zona.

El viaje se va acabando y es Turín quien lo ocupa, primero Lingotto, la antigua Fiat, remodelada por Rogers y convertida en un centro comercial convencional. La estrella es el circuito de pruebas de coches en la cubierta y la sede de la Fundación Agnelli, un edificio ligero, bien insertado en la cubierta y una colección mínima que, ciertamente no merece la visita, apenas diez,  doce cuadros: Balla y el mito de la velocidad, dos Canalettos y un magnífico Modigliani, una de sus mujeres en reposo y cuadros menores impresionistas, entre los que destaca una colección de obras de Matisse de pequeño formato.

Último recorrido por Turín, bajo su cielo blanquecino muy bien descrito por Natalia Ginszburg cuando se refiere a Nieztche: “Murió durante el verano. Nuestra ciudad, durante el verano, está desierta y parece más grande, clara y sonora, como una plaza, el cielo está límpido pero no es luminoso, tiene una palidez láctea, el río se devana, liso como una carretera, sin desprender humedad ni frescor…”la cita la recoge un libro perfecto para conocer Turín:”La inmensa soledad” de Frédéric Pajak, en el que las vidas de Nieztche y Pavese y una breve incursión en Chirino son la excusa para hablar y describir la ciudad y al tiempo ofrecernos unos precisos dibujos que la van recorriendo de lejos y de cerca.

Dejamos Turín desde la Plaza de San Carlos, de nobles proporciones, bordeada de soportales y con una homogeneidad de arquitectura que le confiere una gran serenidad reforzada por el eje, la Vía Roma  que desde la Piazza del Castello la atraviesa hacia la Piazza Carlo Felice en el Sur, flanqueada por las iglesias, no idénticas, de Sta. Cristina y San Carlo Borromeo, la misma solución que en la Piazza del Poppolo, sólo que aquí prevalece la ortogonalidad frente a la dramatización del tridente romano, esa plaza torturada, del barroco del orden al barroco del exceso.

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La salida hacia la joya final, a través de la Vía Po, más soportales que llega al río y la cruza hasta la Piazza de la Gran Madre di Dio, pasando por la Piazza Vittorio Veneto, una plaza de enormes dimensiones, animadísima de noche, sin dudar un lugar de moda.

La basílica de Superga está en la cima de una colina, llegamos al atardecer, lo que daba una luz especial. El edificio de Juvara, domina toda la llanura del Po, es un templo de planta centrada, muy alto, precedido por un pronaos de esbeltas columnas, se remata con una cúpula a la que subimos y no se puede perder la impresionante vista alargada hasta el castillo de Rivoli. Desde arriba se aprecia mucho mejor la geometría que define el edificio y su implantación en el terreno.

No queda más que insistir en que para viajar lo más importante es preparar bien el viaje, vivíamos en Moncalieri y no habíamos ido a Moncalieri,  un pueblo más, pues la verdad es que situado en un alto coronado por un castillo, más fortaleza que palacio pese a la intervención de Juvara, que no podía faltar, el pueblo se desarrolla aprovechando la topografía con una arquitectura discreta, pero con alguna pieza de interés como el convento del Carmelo y una plaza irregular en pendiente que se centra en el Ayuntamiento y de despedida un “prosseco” en un café pueblerino con mobiliario “chill out”, después de verificar la existencia de un restaurante apetecible al que ya no habría ocasión de ir.

Al día siguiente termina el viaje en Milán,  tan escaso el tiempo que solo permite la visita a la catedral y las galería Vittorio Emmanuele, San Ambrosio cerrado, los horarios italianos son imposibles, al menos para los españoles pero nada impide disfrutar de su volumetría bajo la lluvia.

Berlín

Esta es la cuarta vez que voy a Berlín desde aquel lejano 1990, recién caído el muro,  hoy  la ciudad ha cambiado tanto que es una desconocida, que razón tenía Baudelaire.

Por tanto, hay novedades, a lo mejor no tan nuevas pero obviadas  en viajes anteriores. Primero, “Check Point Charlie”, convertido en un lugar turístico. El tiempo espléndido duraría los tres días, con una primavera potente, los prunus kanzan exultantes y tilos por todas partes, su belleza contradice la primera parada en una gran manzana ocupada anteriormente por la Gestapo y las SS. Apoyado en un trozo preservado del muro aparece el centro de documentación: “Topografía del terror”, una pequeña obra de consolidación donde se exponen carteles, fotografías, informes… la obra, como todas las de Peter Zhumtor, es de mínimos, tiene todo el rigor y la sobriedad de su arquitectura, apenas una estructura y una ordenación de rampas para llegar a los calabozos, sólo se conserva la pared del fondo, sobre la que se cuelgan fotografías y paneles de datos. Es un museo al aire libre, en un erial que debería quedar así, acompañado por un edificio, casi una caja, envuelto por una piel de acero, que acoge una maqueta de la zona y una amplísima documentación de lo que fue el terror nazi, visto por nosotros exactamente en el  70 aniversario de la conclusión  la Segunda Guerra Mundial, el 2 de mayo de 1945.

De ahí a Postdammer Platz, creo que nunca me acostumbraré a su ordenación frente al rigor de su trazado original. Perdidas las alineaciones solo queda un espacio desorientado, lleno de arquitectura de arquitectos famosos, sin ningún valor de identidad más allá del Sony de Jahn, puro artificio y el espacio público del Marlene Dietrich de Renzo Piano, sede de la Berlinale. Lo demás, harto anodino sea de Grassi, Moneo o Gregotti. La comida en la ”La Strada” el único edificio que quedo en pie en la nueva ordenación.

Aún recuerdo el gran territorio baldío que era esto en mi primer viaje, en el que, en la lejanía, aparecía la Filarmónica de Berlín y el Kultur Forum, un espacio desierto bajo un cielo amenazador. Nos acercamos a ellos con el objetivo de ver el Museo Nacional, en obras, una magnífica obra de Mies van der Rohe con una estructura elegante, generadora de un espacio interior, luminoso en sí mismo una exposición.

Continuamos al Memorial del Holocausto de Eisemann, constructivamente es hermoso, simple, espacialmente se disfruta como un laberinto festivo, no creo que cumpla su objetivo de recordar el horror como si lo hace el aplastante Museo de Libeskind. Y, por sorpresa, una instalación lúdica los apelman caídos de los semáforos relacionándose alegremente.

Siguiendo la ruta llegamos a la Puerta de Branderburgo y el Reichstag, con la cúpula de Foster a la que no subimos, merece la pena, pero hay que reservar y estaba cerrada. De ahí un recorrido por los nuevos ministerios, aún sin terminar, hasta la Isla de los Museos, para llegar al Altes Museum, Shinkel en estado puro, un edifico que participa de la ciudad, con un rigor frío, el clasicismo hasta el extremo, enfrentado al barroco, yo diría sin interés de la catedral, ambos edificios negros como si no quisiesen liberarse de la costra del pasado.

Enfrente el Palacio Real en reconstrucción, imponente y masivo. El debate generado no ha sido capaz de evitar que lo vuelvan a levantar como una reproducción mimética, en la vana esperanza de recuperar el pasado de un imperio desaparecido en la Primera Guerra Mundial.
Ya que no hay tiempo para todas las casas patio al menos una cena en el Hackesche Hohe, un recorrido nocturno por sus patios encadenados en los que hay tiendas de todo tipo y en los que merece la pena entrar. El restaurante: el Oxymoron, presenta una mezcla decorativa que no está mal.

De nuevo en pie, toca empezar la vida de turista, un paseo que permite ver alguna de las nuevas actuaciones de edificación en manzana cerrada, en las que el parcelario mantenido al límite tiene su reflejo en una arquitectura muy variada, recogiendo los entre cinco y seis metros de frente que aparecían en el curioso mapa del s. . Cerca Rossi nos ofrece la manzana que le toco diseñar, mucho más intensa de color que las de su entorno, en la que diseña un repertorio de arquitecturas en las que el espíritu de “La arquitectura de la ciudad” está presente.

El objetivo de una mañana de domingo tiene que ser los museos, ya que como cualquier otro lugar el lunes cierran. El elegido el Neues Museum, no tanto por su contenido sino por ver la rehabilitación, tan publicada, de David Chiperfield, con el que  me había reconciliado en el Jumex de México y quería ver el resultado. La verdad es que si ha ganado en madurez y sensibilidad, lo nuevo sirve para reafirmar el valor de la ruina, sin borrar el pasado de los daños sufridos en la guerra. La obra es más que la escalera, estrella de la actuación, y sobre la que se ha hecho más hincapié, hay que ir sala a sala y ver como se ha resuelto los problemas constructivos y los de acabados con un interesante uso de los terrazos, empleados incluso en paredes y la carpintería muy oscura. Las piezas están bien exhibidas y Nefertiti ha recuperado el protagonismo perdido, cuando cerró el Museo Egipcio. Una sola sala para ella, un fondo de color verde y una iluminación que resalta su extraordinaria belleza. La otra pieza el sombrero de oro, está acompañado de una buena contextualización, pero no deja de inquietar su forma y sentido.

Ya en la calle un recorrido nos lleva al Museo de Historia, cuya ampliación, obra de Pei, carece de la ligereza de otras obras suyas como la Galería Nacional de Washington, pero el hall y su escalera, para mí, una reinterpretación de la Torre de Einstein de Mendelsohn, resulta interesante en la resolución de la esquina.

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De ahí a la Neue Wache, el monumento de Shinkel a todos los muertos en todas las guerras con la piedad de Kollwitz, una cámara oscura para el recogimiento precedida por el pórtico clásico y sus aladas figuras románticas. Bajando por Unter der Linden, entramos en la librería Dussmann, llena de maravillas tanto literarias, de difícil valoración dado el idioma, como musicales donde se pueden encontrar desde vinilos a CD’s de cualquier estilo con  una sección de música clásica fantástica, como para quedarse a vivir en ella. No olvidar los gadgets”, ya no es posible una actividad cultural sin ellos.

De ahí al capricho del día o los caprichos primero a August Strasse, una calle tradicional berlinesa con sus fachadas burguesas y el restaurante Gipsy, para comprobar que no lo había soñando, una terraza llena de gente y el ruinoso edificio, donde se asienta la decadente sala donde puedes bailar a la luz de las velas, allí es muy fácil atisbar el mundo anterior a la guerra y hasta imaginar a Marlene Dietrich envuelta en humo. A la salida  el fuerte sol refuerza la animación de la calle repleta de gente que va de galería en galería de arte disfrutando de la mañana.

El segundo capricho, ya muy tarde, la Colección Boros o Banana Bunker. Tiene su sede en el búnker que construyó Albert Speer como refugio de los civiles que llegaban a la estación de Fiedrich Strasse, después fué almacén hortofrutícola, de ahí su apelativo. Es un potente edificio en hormigón, sus ventanas son sólo respiraderos, hoy alberga la colección de arte contemporáneo del publicista Boros, según cuentan lleno de piezas interesantes, pero que no vimos. Un Bansky? en la entrada. La instalación recuerda al Paris Tokyo, una mínima intervención sobre el original.

De ahí, cruzando el Spree a “Los doce apóstoles” una pizzería, bajo la línea de tren en Fiedrich Strasse, ricamente decorada y atemporal, eso sí unas pizzas magníficas. Y de ahí a la estrella del día la Blitz Siedlungen de Bruno Taut, la gran herradura edificada se sitúa en torno a un estanque, en una zona verde muy utilizada y apropiada por sus vecinos, las  viviendas sociales bien cuidadas siguen manteniendo su vigencia, su exquisito diseño permanece como referente de  modernidad, jugando con los volúmenes bien maclados del  acceso, el equipamiento del lugar. Sus dimensiones invierten el carácter público en relación con los edificios blancos y azules de las viviendas, el remate que recorre el edifico con sus pequeños huecos le confiere una gran dignidad a modo de cornisa clásica. Creo que es el momento de presentarles el “Paseo por Berlín” de Franz Hessel, su maravillosa guía de la ciudad a la que ama y lee a través de su arquitectura, escrita cuando esta actuación se produce al igual  que la que veríamos al día siguiente.

A la herradura se llega por un largo edificio, un gran frente rojo puntuado por las cajas de escaleras  rosas y las puertas de acceso en las que se reconoce la influencia del neoplasticismo. Por detrás las viviendas unifamiliares en hilera se suceden a lo largo de pequeñas calles o en ordenaciones en close como la que prolonga el eje de la herradura. Espacios residenciales en los que queda la inquietante pregunta ¿a dónde voy por una barra de pan? de difícil respuesta hoy y complicada en los años veinte cuando el coche era un artículo de lujo.

Como el tiempo no es infinito hay que ir corriendo a la pintoresca parada de Schlesches Tor a ver  “Bonjour Tristesse”, que mal ha envejecido este edifico y mejor no pensar que lo que piensa Sisa Vieira de los bajos y sus chillones neones. Y, cómo no, hay que cruzar el Spree, por el puente de Oberbaum, bajo sus falsas torres y bóvedas medievales, para seguir el recorrido hasta el muro. La que hoy se denomina “East Gallery”  es un museo de la ignominia al aire libre con sus políticos y a veces juguetones grafittis acompañado de un paseo bien ordenado, en el que en verano se suceden las actividades. Copa en el barco anclado a su vera y restaurante turco, ¡como dejar Kreuzberg, sin hacerlo!

El lunes, la segunda estrella “La cabaña del tío Tom”, de Hans Sharoun, nada que ver con el tío Tom, preguntar a Hessel. Se trata de viviendas unifamiliares en hilera, precedidas de una banda ajardinada que da amplitud a las calles creando diminutas vías parques, bordeadas por viviendas mínimas construidas entre 1926 y 1931, fachadas de entre cinco y seis metros, las viviendas pareadas y en pequeñas hileras que se van fragmentando cada ocho o diez unidades, generando un pequeño retranqueo a modo de plaza. Hacia la calle principal aparecen viviendas colectivas en las que, como en el caso de la herradura, se pone un gran énfasis en los caminos peatonales, poco más que un pasillo entre las hieras de casas, dando un accesos en las traseras en medio de una vegetación espesa. Las secciones de las calles siguen siendo con el paso del tiempo un buen ejemplo de diseño. Aquí de nuevo el color alcanza una gran importancia, exagerada en la intervención de rehabilitación, esponsorizada por una marca de pinturas. En sus bordes han ido apareciendo equipamientos más urbanos que ayudan a responder la pregunta planteada en Blitz.

Queda ir al Oeste, Kudamm y por supuesto Fasanien Strasse y el Litteratur café, al que siempre hay que volver, hoy caigo en la cuenta de que a su vera está el Museo de Kollwitz. Luego  en un maratón ininterrumpido Savigny Platz, un buen espacio urbano, del que siempre será referencia la magnífica librería de arte, bajo las arcadas de la estación de tren que lleva a Postdam. Bordeada de restaurantes, es un buen sitio para aprovechar para comer.

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Como remate la tienda de Apelman, los personajes de los semáforos, emblema de la ciudad, junto con el oso que festivamente va surgiendo en otros lugares y como no, la chocolatería de Rausch, con sus reproducciones arquitectónicas de chocolate a escala y sus mostradores llenos de delicias. Al salir como última imagen la Gendarmenmarkt, con sus iglesias gemelas flanqueando la Koncerthaus de Shinkel. Es un hermoso espacio, sereno, una auténtica plaza urbana. Última imagen… aún queda camino, como broche del viaje el Centrum Mosses de Mendelsohn un edificio potente con una esquina a modo de proa avanzando hacia la ciudad y una cornisa fracturada que anunciaba tiempos difíciles.

Londres

Ir, volver a Londres, siempre merece la pena y si te garantizan un clima regular, es decir, sólo comprar un paraguas y luego otro, merece la pena correr el riesgo, aunque el único motivo sea sacar las fotos que faltan para el libro “El pasado en el presente” y su capítulo dedicado a Londres.

En cualquier caso siempre hay algo que hacer y más si se llega en sábado por la mañana, las fotos de las plazas, aunque pasamos por Russell Square inimaginables, Victoria &Albert, sólo comprobar  in situ la ordenación y de paso ver una exposición sobre los movimientos de protesta de los últimos tiempos que muestra carteles y da datos de la organización, con especial hincapié en el 15M. Después de este respiro, South Kensington y Chelseay su arquitectura noble, elegante y serena para llegar a King’s Road y su animación y sus comercios, entrevistos en cientos, ¡vaya exageración! de películas. Aunque en un mundo tan globalizado como el nuestro escasas sorpresas.

De nuevo un respiro, la Galería Sattchi, precioso el lugar, con un acceso organizado en avenida con una  colección de grandes esculturas entre la fachada y la fila de árboles que precede a la gran pradera enfrentada al acceso principal que, como no, es un pórtico clásico. En el interior, bien adaptado, una exposición sobre piezas latinoamericanas, muy bien expuestas, secuencialmente y con mucho aire.

De nuevo a la calle, bueno al metro, esa estructura profunda de Londres que, por arte de magia, te lleva de un lugar a otro sin posibilidad de pérdida. Vamos a Portobello, hasta los topes de gente y de paraguas, cosas curiosas como siempre, novedades y puestos fijos que siempre atraen como las chapas de lata de publicidad, la fantástica mercería “very british” regentada por chinos, la ropa siempre interesante, alguna pieza de diseño, que aunque no se compre alegra la vista. Hasta elegir el pub para comer, que ¡qué casualidad! es el de Nothing Hill película intrascendente que poco a poco se va haciendo un hueco. Un lugar agradable con una comida estupenda, elegido al azar, si hubiésemos tenido antes el libro “Superbritánico “, habría sido una cita fija, junto con otros lugares míticos como la entrada al mundo de Harry Potter de Charing Cross, que el libro recoge entre frase y frase tópica acertadamente explicada para el aprendiz de inglés.image009Por la tarde ya con sol, no hay como saber esperar, las fotos de las sucesivas plazas, que definen el crecimiento de Londres otorgándole fragmento a fragmento una identidad claramente diferenciada de otras ciudades.

De mayores o menores dimensiones, con su geometría bien definida en torno a un jardín privado en origen, dan cabida a una arquitectura muy característica, tres plantas y patio inglés, una estética dentro del clasicismo introducida por Iñigo Jones y que se prolongará durante el periodo georgiano, el reinado de los Jorges de la dinastía Hannover, en el S.XVIII y principios del XIX. Piezas autónomas que funcionan como pequeñas ciudades, nos lo decía Gwyn y nos lo afirma Rasmussen, al incorporar la iglesia, un mercado y a veces incluso un hospital. A toda prisa, el sol de octubre no da para mucho. Desde Oxford Street el eje que separa el Norte y el sur de la ciudad: Grosvenor, Cavendish, Bloomsbury.

Rematamos el recorrido desde Marble Arch en Regent’s  Street  para comprobar cómo el edificio de la BBC ha estropeado el fondo escénico de All Saint’s uno de los elementos definitorios del elegante trazado de Nash.

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La tarde termina en ”El rey León”, no porque no lo estén haciendo en Madrid, sino porque Londres bien merece un musical, lo representan en el Lyceum Theatre y ¡porque no!,  apreciar  uno de los teatros más kitsch que yo haya conocido, con sus fantásticas decoraciones en voladizo.

El domingo, ya con un sol radiante, que menos que Candem, pero cumpliendo antes los deberes, visitar Hampstead uno de los objetivos principales del viaje, hay que ver alguna actuación  de Unwin en vivo y en directo. El recorrido en autobús, inmejorable, permite apreciar desde la altura y sin agobios el desarrollo de Candem Town, y la fantasía de sus rótulos e ir seleccionando aquello que será imprescindible ver al regreso.

El pueblo de Hampstead se muestra como una larga calle comercial acompañada de un conjunto de calles de trazado pintoresco  bordeadas de viviendas unifamiliares, con un nivel de renta alto, un comercio que es puro “glamour” desde la panadería a la carnicería  y al comercio especializado ya sea ropa, mobiliario o diseño, sus vecinos coinciden con el estereotipo, callejeando vimos las casas de Keats y Stevenson, comprobamos que era un lugar bien posicionado desde antiguo,  Elias Canetti nos describe en “Fiesta bajo las bombas” su exilio allí entre intelectuales ingleses.

El Hampstead de Unwin, todo hay que decirlo no lo llegamos a ver, sus vecinos tampoco parecen estar al tanto de esta modélica actuación que consolidó el concepto de “suburbio jardín”  y del que solo disfrutamos el amplio parque que precede a la ordenación, detrás del que se camufla.

De ahí a Candem, a ver y comprar, sigue siendo tan activo, colorista y animado como de costumbre y siendo Inglaterra nada ha cambiado, con incendio y todo, se pueden comprar las  mismas cosas de siempre, actualizadas ¡claro!

image021Como remate de la mañana cumplir el rito, comer en la cripta de Saint Martin in the Fields. Nunca he dejado de hacerlo, no es barato pero el sitio y al comida lo merecen. Sacar fotos a la iglesia, es la primera vez que lo hago y he de reconocer que siempre me ha gustado, desde que entré la primera vez, su composición en planta, tan distinta de las católicas y su luminosidad tan directa.

Trafalgar Square, como siempre repleta de gente, unas cuantas fotos, para situarla bien y un paseo por la actuación de Foster incorporando a la plaza la National Gallery, eliminando la calle totalmente innecesaria. Desde aquí turisteo puro y duro, bajar por Whitehall, hasta Wetsminster y por supuesto las Casas del Parlamento, ir a Londres y no ver el Parlamento es un delito al igual que no ver el London Bridge.

Para rematar el viaje la exposición de Turner en la Tate, he de decir que cada vez me gusta menos como pintor, y eso sin ver la película y sin poder aceptar el último comentario sobre su obra: “parece que les ha llovido encima”. Hay que reconocer que es todo un precursor, pero a fuerza de repetición pierde encanto.  Corriendo a la Tate Modern, a ver…, nada, el edificio y la animada pradera en su frente, fruto ambos de la intervención de Herzog y de Meuron,  y la preparación de la exposición en la  tan ponderada, desde el punto de vista espacial,  sala de turbinas. Para otra ocasión la terminación de la ampliación. Subir a la terraza, fotografiar San Pablo, cruzar el puente del Millenium, San Pablo en su dimensión real y al metro camino del aeropuerto.

¿Mucho? ¡A quién madruga Dios le ayuda! Y recordar siempre que hay que coger el primer avión de la mañana y el último de la tarde.

Lisboa

Lisboa siempre es un buen destino, salvo si te tocan los días más calurosos del año, aún con el aliciente de las fiestas de San Antonio, su patrón. Llegamos a primera hora, en un día claro, con una luz cegadora que se quedo hasta le último día. En búsqueda de la sombra, primero Sintra  y sus exóticos jardines y palacios que la hacen acreedora del nombramiento por la Unesco de Patrimonio de la Humanidad. Nos esperaban a Quinta da Regaleira y Montserrate,   ambas con una gran casa como apoyatura del jardín,  fantasioso el de la primera y muy libre el de la segunda como respuesta a la mentalidad de sus propietarios.

Una duda que se me ha planteado en más de una ocasión, dado que esto es un blog de viajes, que a veces hago sola y a veces es compartido ¿en qué persona se debe contar?  La verdad es que casi siempre es una experiencia compartida. El gran viajero que es Nooteboom,  resuelve el dilema, el viaje lo cuentas desde tu percepción, desde la  experiencia personal de quien lo escribe, el mismo viaje, contado por personas distintas no es el mismo, los detalles, los matices, la mirada siempre es distinta, decidido desde hoy se acabaron las dudas, los viajes se cuentan en primera persona.

La Quinta de A Regaleira  perteneció a Carvalho Monteiro, conocido como Monteiro  dos milhôes, un capitalista culto que a finales del S.XIX encarga a un escenógrafo de la época, Manini, la construcción de una casa acompañada de un jardín pintoresco, escenario para una novela gótica, diseñado con una acumulación de estilos, a partir del neomanuelino como elemento común para diversos decoradores, neogótico, neorománico,  o neorenacimiento, son visibles en cada una de sus partes. El arquitecto aprovecha la accidentada topografía de la zona para moldearla en terrazas, en un recorrido laberíntico, en  el que se suceden fuentes, grutas, cascadas y edificios en un recorrido iniciático para una religión que no se nos revela, hecha de ciencia y astronomía.

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En su programa iconográfico lo más sorprendente es el laberinto subterráneo que da acceso al Pozo imperfecto, al Lago de la cascada y al pozo iniciático, una torre invertida, en un románico casi perfecto, poético, húmedo y oscuro, con una escalera en espiral  que desciende hacia las profundidades desde la cota más alta.

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Su vegetación es exuberante y variada con ejemplares magníficos de castaños, tejos araucarias, cedros o sequoias y en las zonas bajas numerosos arbustos y  plantas en flor van produciendo efectos de claroscuro que acentúan lo misterioso del lugar.

Manini, de origen italiano ha dejado una obra muy amplia en Portugal. Desde la Scala de Milán llega al teatro de San Carlos donde inicia su carrera portuguesa. Entre sus obras está el Palacio de Buçaco su obra más conocida, regresó a Italia, a su lugar natal Crema, donde hoy existe un museo que guarda su archivo.

Comemos en su agradable terraza desde la que se divisa el jardín y la sierra de Sintra, el pequeño y sombrío restaurante está cerrado. La tarde al dedicamos a Montserrate, no muy lejos de allí. Esta propiedad  es reflejo el gusto de sus sucesivos propietarios, ingleses todos ellos, desde que Lord Byron les descubriera el lugar. Tiene un marcado carácter romántico en el que se aúnan las praderas en pendiente con un bosque muy profundo de especies variadas, que se recorre casi en la oscuridad bajo las copas de sus frondosos árboles, hasta llegar al jardín mexicano y a la laguna de los nenúfares. Lo más famoso de este jardín son sus helechos gigantes. Lo cuidado de su trazado y mantenimiento lo ha hecho acreedor del European Garden Award de 2013. Los helechos los vi en mayor cantidad y mejor estado en otra ocasión, pero siguen siendo los protagonistas junto con una vegetación densa y exótica a veces. Conocí la flor del acanto, de la que confieso no sabía su existencia y disfrute de los altos tallos arborescentes de los agaves, de Nooteboom aprendí también que tardan veinticinco años en salir y luego la planta muere.

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A la casa se accede por un paseo en el que lo más destacable es un arco hindú y un estanque de carpas variadas, comunes, espejo, chinas…. La casa es un pabellón oriental en el que se despliega todo el exotismo  de lo árabe y de lo hindú que funcionan hermanados. Es un edificio alargado y simétrico, la entrada principal está en su cabeza pero hoy se accede por el centro, después de un pequeño hall en el que se despliega una magnífica escalera de mármol blanco tallado con motivos vegetales y precedida por unas celosías geométricas se accede a un espacio de doble altura, rodeado de una galería y cubierto con una cúpula  muy delicada de diseño. Los pasillos están rítmicamente divididos por arcadas en celosía que definen una amplia perspectiva que remata por un lado en el acceso y por otro en la sala de música. Por el camino diversas estancias, un comedor interesante y más aún la zona de cocinas y despensas en la planta inferior, también es muy interesante la biblioteca con una puerta tallada en alto relieve.

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El edificio está en proceso de restauración y en las distintas salas aparecen fotos antiguas que permiten ver como se vivía en su época de esplendor, estuvo habitada hasta los años cuarenta. Toda la casa responde al espíritu  romántico y pintoresco del s. SVIII y recuerda de una manera muy vívida al Pabellón Real de Brighton. Sus ocupantes o aquellos que le imprimieron carácter fueron siempre ingleses, entre ellos  se encuentra el poeta Beckford, el propietario de Fonthill  Abbey, una de los edificios más citados y representativos de la época.

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El calor excesivo, pedía  estar a la sombra y la tarde pasó, con lo que el Castillo de A Pena tuvo que quedar para otra ocasión. Así que para rematar la tarde, camino del Cabo de Rocas, la bruma del atardecer creaba une efecto óptico que permitía creer, sin lugar a dudas, que la tierra es redonda. ¿Rocas es el fin del mundo?  y ¿Finisterre?, se confundirían los romanos, las coordenadas estaban allí, confirmando bajo un fuerte viento, que estábamos en el punto más occidental de Europa.

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Para rematar el día, Cascais, tiene un bonito centro histórico, que desconocía al ir siempre por el borde del agua. Cena en una terraza al lado de la lonja de pescado y ¡cómo no! comí un rico bacalao, luego el paseo hasta el Faro de Santa Marta de Aires y Mateu, recordando a Pereira-Mastroniani en el Palacio Guimaraes, bajo la luna. Por cierto, una intervención muy sutil la construcción del aparcamiento al lado del baluarte, hoy convertido en hotel. Al lado el Museo de Paula Rego de Soto de Moura. Un paseo agradable antes de una sesión de jazz.

El día de San Antonio amaneció igual de caluroso o sea día de turismo lento y pesado. Antes de llegar al Museo de Carruagens,  una parada en Pasteis de Belém,  a comer pasteles de nata calentitos con un café, en ese ambiente laberíntico con sus azulejos, miles de turistas asombrados y sus cajas que convierten los pasteles en bombones.

Primera decepción de la mañana, el Museo de Mendes da Rocha, está acabado, luce blanco bajo un cielo implacable, está cerrado porque no hay dinero para la instalación, o porque los portugueses tienen sus dudas al no estar la colección completa, faltan los carruajes de la familia Braganza. Las carrozas, sillas de mano y cabriolets lucirían mejor teniendo cada una espacio suficiente. Hoy en el antiguo picadero lucen encimadas, con muy poca luz y la gran belleza de algunas apagada por el polvo. Las hay de todas las épocas, casi todas regalos de estado o de “pompa y circunstancia”, excesivas, algunas de un barroco escultórico exultantes bajo los dorados, creadas como expresión de poder. Visto el espacio recuerda la Alta Escuela de equitación de Viena, sólo espacialmente, mucho más práctica e ingenieril la vienesa. Esta es una estancia palaciega que podría tener un buen aprovechamiento, como escenario de la actividad de la escuela de equitación portuguesa.

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Antes de entrar en los Jerónimos, el Jardín Botánico  Tropical, con la magnífica enfilada de palmeras, está al lado del Palacio Presidencial. Es un jardín bien ordenado y sombrío con infinitud de plantas, desde las conocidas que se pueden encontrar en cualquier vivero hasta las sorprendentes por su rareza. San Jerónimo siempre sorprenderá por la perfección de su gótico manuelino, demasiada gente, pero es lo que tienen las estrellas que acaban muriendo de éxito.

La comida en el Centro Cultural de Belém, sede de la colección Berardo que no vi. Pocos edificios contemporáneos siguen tan vigentes con el paso de los años, Gregotti compuso y construyo un buen edificio, con ese gran patio procesional en el que los cubos se van acoplando de manera serena intercalando vacíos.

La tarde estuvo dedicada al Museo del Azulejo, está demasiado lejos pero siempre merece la pena con sus repertorios historiados de Delft y de los talleres de Lisboa, tan parecidos y tan distintos. Ese día estaban contextualizados por una exposición comparativa de cerámica Ming y de Lisboa tan lejanas y al tiempo tan próximas. La mejor recomendación la panorámica de Lisboa previa al terremoto de 1755 y su patío umbrío, perfecto para la conversación demorada.

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Para terminar la tarde un café tradicional, el Nicola en la Plaza del Rocío, la tercera de las plazas que definen la Baixa junto con la del Comercio y la de Filgueira y completan de manera magnífica la retícula pombalina desde el mar, su tipología homogénea define una edificación repetitiva en diseño y construcción, variada por la decoración en la que los portugueses son maestros. Pasamos por Sto. Domingo, la impresión es muy potente, a mí me rechaza, pero sin duda es la imagen que Piranesi hubiese querido dibujar. La iglesia ardió, la piedra estalló pero el restaurador solo puso una cubierta rojo sangre a lo que quedó.

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Como remate del día el borde del Mar de la Paja, está en proceso de recuperación, con la gente paseando o conversando, viendo cientos de velas regateando voy camino de la sorpresa del día, en la otra ribera Cacilhas, un malecón con el mar a un lado y naves abandonadas al otro, un paseo solitario con el sol detrás de Lisboa, cuando ya está a punto de abandonar aparece Atírate ao Río, un restaurante volcado hacia Lisboa, que poco a poco se va reconstruyendo con luces, frente al mar como un espejo bajo la luna llena. El restaurante merece la pena, comida y trato.

Volvemos guiadas por  las luces de minero que los pescadores utilizan para pescar a lo largo del malecón, un poco de baile en la verbena y a comprar el pan que hay que guardar hasta el otro año.

Un nuevo día y otra meta, el Palacio de los Marqueses de Fronteira, una casa de recreo del S.XVII, hay que estar atentos pues los horarios son pintorescos, debido a que la familia vive allí. Del interior de la casa poco que recordar, una biblioteca y un retrato moderno de una marquesa y sobre todo las maravillosas vistas sobre el jardín, según vas girando por la casa. Es una casa alegre y feliz, no sé si tan feliz como en “El perro del hortelano” origen de la obsesión por conocer este lugar. Pilar Miró gastó aquí todas sus ganas de vivir. Es un jardín rígido y al tiempo ligero, los azulejos acompañan todos los recorridos desde las terrazas a la capilla, donde el mundo de la escultura clásica se viste del barroco azul de los azulejos. Todo parece más pequeño, ¡la magia del cine! Al lado de la capilla hay un mural hecho de trozos de loza, cuentan que una vez que el rey comió en la vajilla  ya ningún otro mortal podía hacerlo, así que una vez rota se convirtió en decoración.

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En una terraza más baja hay una fuente a modo de parterre rodeada de un banco azulejado, el jardín aquí es más o menos libre y da acceso a la terraza del estanque. La pared con los omnipresentes azulejos tapa el bosque que se adivina detrás, de vez en cuando una hornacina. En el horizonte un parterre de boj a la italiana, en el centro una fuente, mirando hacia una periferia que se adivina demasiado próxima y ajena al lugar. La casa roja a la izquierda empieza a mostrar la actividad previa a la comida. Desde la terraza se desciende al parterre por dos escaleras monumentales simétricas, precedidas por unos templetes. Todo el jardín se adecúa extraordinariamente bien a la topografía, generando unos ejes visuales variados que pese a su rigidez aparente le dan una gran movilidad.

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Comimos en Bernard, un antiguo restaurante vecino del café de A Brasileira y el impávido Pessoa  mirando su periódico ajeno al trajín de la calle, al lado una maravillosa librería de viejo, antiguamente una editorial, hoy desaparecida y en la que un artista ha convertido muebles abandonados en lienzos improvisados en los que una tumbona se convertía en un paisaje invirtiendo la relación con el espectador.

Paseo por el centro, San Carlos, la casa de Pessoa, los escaparates de decoradores y  anticuarios y la sucesión de iglesias barrocas: Encarnación, Mártires y la Miséricordia o de los italianos. Cae ahora en mis manos un librito de Fernando Pessoa, “Lisboa”, la descripción de la ciudad que amaba y quería compartir con el viajero, ¡pena no haberlo tenido antes!, repleto de datos, disfrutaría mil veces más lo que estaba viendo, aunque fuese escrito antes de 1935, la distancia permite comparar. Me olvidaba la chocolatería  Ecuador en la rúa da Miséricordia, un placer.

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Una novedad en Lisboa, el Mercado de la Ribera, reconvertido en un Mercado de San Miguel, sin el agobio de éste, los puestos se agrupan alrededor y el centro queda vacío, bueno la mitad son mesas compartidas y algún puesto de bebidas, el resto libre, ese día tocaba el inicio del mundial y la gente se sentaba en una alfombra frente a una gran pantalla. De camino las viviendas de Siza apoyadas en la muralla, ligeras y agradables, mediterráneas, contrastan con la arquitectura lisboeta, distintos materiales, distintos tiempos, la historia frente a la modernidad.

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Cogimos el ascensor da Bica para subir en medio de guirnaldas al Barrio Alto. No hay que olvidar coger la tarjeta de transporte, sirve para todos los medios de transporte y solo hay que recargarla. Subimos hasta la plaza del Príncipe Real con su árbol “carramachão” su fachada recién restaurada y un centro comercial en un palacio urbano, cada habitación es una tienda y su patio central un restaurante, era demasiado tarde para verlo bien, pero parecían tiendas de diseño atractivo y la casa magnífica con una gran escalera por la que no subí.

La cena en un lugar tradicional, con sus reservados y comida de mercado: Casa Antiga Faz Frío y luego al mirador de Alcántara, ya de noche, ofrece una vista extraordinaria que permite ver alguna de las siete colinas de la ciudad y su movido paisaje, todas las luces encendidas, enmarcando al silueta más conocida de Lisboa, desde el castillo de San Jorge desparramándose por Alfama pasando por la Sé hasta llegar al mar, como un recortable de sombras chinescas y después claro al café Chinés, quince años después de su inauguración, sigue siendo atractivo, es posible que no esté de moda pero no importa, se está bien.

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De despedida el desayuno en Garret de Estoril, deliciosos bollos y estupendas “pratas” para llevar de recuerdo. Callejeando alguna jacarandá más, “los árboles de la moneda” con sus flores azules llenando de color la ciudad blanca, nunca he sabido por que la llaman así estando como está llena de color.

El remate en la rúa das Janelas Verdes para ver el Museo de Arte Antiga, el imán: las tentaciones de San Antonio de el Bosco, pero una mirada atenta no deja de apreciar las maravillas que contiene, pintura italiana y flamenca, el apostolario de Zurbarán, el San Jerónimo de Durero, pero también hay hermosos Cranach o Memling, en cambio el Piero del a Francesca me decepciona. En artes decorativas, el precioso biombo de Nanbam y para concluir el viaje su terraza sobre el Tajo y el puerto de Lisboa bajo el deslumbrante cielo azul.

México D.F.

Un viaje por repetido no deja de ser interesante, siempre hay novedades. En primer lugar descubriremos que en México también es invierno y hace frío, no tanto como en nuestras latitudes pero los 0º tampoco son raros, eso sí la temperatura se compensa a lo largo del día y a veces se excede.

El primer día Santa Fe una nueva ciudad, al Sur, edificios modernos en los que prevalece el cristal, conviviendo oficinas y viviendas de lujo con viviendas pobres colgadas en las laderas, como siempre en el peor lugar. La cita en la Ibero, una universidad privada en un campus modélico en diseño y mantenimiento, en fin de semana pocos alumnos pero salvo eso la impresión es que el ambiente no debe cambiar mucho.

Al día siguiente un giro de 360º, vamos a Tepito, un área difícil, donde termina el centro histórico regular, subimos desde Tacuba animada como siempre y entramos primero en el mercado de la Lagunilla, en su zona exterior el inicio de un gran tianguis (mercado tradicional al aire libre), en el que luego nos adentraremos y en que el mayor interés está en los muebles, alguno de buen diseño, bien ejecutado y conservado y ya antigüedades de toda época y condición, un Rastro animado en el que no parece haber muchas transacciones pero tampoco importa. Tepito es un mundo abigarrado y confuso soportado por una trama en apariencia legible pero que necesita un guía para moverse por ella. Allí apareció el primer contrabando de la modernidad, las radios, los televisores, las ruedas y demás repuestos de los autos, ahora la droga y el comercio en general, mayormente ropa, nueva y de segunda mano y un mercado,  allí viven cuarenta mil personas dentro de unas fronteras bien defendidas, dedicadas al comercio.

Entramos en una vecindad reconstruida después del terremoto de 1985, bloque alineados en paralelo, de tres plantas con colores vibrantes a la moda del Centro Histórico, en donde las combinaciones de color provienen, en apariencia, más de la disponibilidad de pintura que de un programa de adecuación estética. Pese a la fama la sensación de peligro no se hace presente, posiblemente por ir acompañados de un indígena, la condición de tepiteño es un hecho identitario en relación con el resto del distrito federal y esta condición genera  solidaridad, protección y defensa contra el exterior.

La comida relajada, una vez cruzado el Zócalo, en el Café Mayor, en la azotea de la editorial Porrúa, enfrentada al Templo Mayor y a la Catedral, buena comida y uno de los lugares con mejores puestas de sol de la ciudad. Paseando la iglesia de La Enseñanza un lujo barroco, por otra parte una de tantas en este país, en la calle Madero.

La mañana siguiente cálida, pide algo de turismo, La Ciudadela y sus artesanías y un poco de cultura: la Biblioteca de Balderas (México José Vasconcelos), la cuidada restauración de un edificio militar por Legorreta, en un  recorrido ritual por sucesivos  patios, hasta llegar al de los aromas que precede a la biblioteca para invidentes de Mauricio Rocha, que esta vez nos explica un amable bibliotecario junto con el trabajo que hacen allí. Salida a la pequeña alameda, recoleta con su fuente central, un auténtico espacio público disfrutado en actitudes

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diversas. Más tarde me enteraría que allí bailan los domingos danzón veracruzano auténticos expertos, con sus zapatos de brillantes colores, dicen que hacen falta ocho meses para aprender, los vi de lejos el domingo siguiente.

Un intento fallido de entrar en el Palacio  de Chapultepec, los lunes los museos cierran, un paseo, un autobús pero hacen falta monedas y así un taxi y de nuevo al centro a comer tacos en el “Huequito”. Luego, el plato fuerte del día, ya por la tarde, la biblioteca de Vasconcelos de Alberto Kalach, exteriormente austera, interiormente un derroche de espacio, un gigantesco recinto luminoso, con una imagen de ciencia ficción. Plásticamente es muy potente con unos cuerpos geométricos avanzando hacia el espacio central, con las estanterías casi aéreas, bien rotuladas y visibles, la impresión es que con solo pedir un libro éste llegará mágicamente a tus manos. En el espacio central está  Matrix Móvil, un esqueleto de ballena flotando entre los libros, obra de Gabriel Orozco.

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No parece un lugar con un alto nivel de ocupación, justificado por el espacio exterior, que no se puede decir que urbanísticamente sea una cierto, situada como está en una encrucijada en la que confluyen la estación de cercanías de Buenavista y su  centro comercial, una línea de metrobús, un gigantesco edifico público sin ocupar con una enorme playa de aparcamiento vacía y al lado de  un barrio de dudosa reputación ¿de dónde pueden salir unos usuarios relajados?, el nivel bajo de la iluminación nocturna también disuade. Tiene un aparcamiento subterráneo lo la convierte en un “mall” de la periferia.

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De ahí al paraíso Gandhi a comprar discos y libros, me habían hablado de un comic popular que narra la vida de la ciudad de México cuando no era una megaciudad, se trata de “La familia Burrón” me hice con un tomo y de paso compré: “La travesía del desierto” una narración corta y encantadora de Emilio Pacheco, reciente premio Cervantes, que cuenta la infancia de un niño a través e sus vivencias en la colonia Roma.

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El próximo acontecimiento son dos visitas, la Casa-estudio de Barragán y el Anahuacalli nacido de la colaboración de Diego Rivera con O’Gorman, para albergar las piezas arqueológicas del primero  junto con algunos bocetos de sus murales. La casa de Barragán se visita previa cita y pago, guiada, en nuestro caso, por un muchacho hablador y reivindicativo y buen conocedor de lo que muestra. La casa espacialmente merece la pena, está llena de sorpresas, compresiones-descompresiones, soluciones constructivas inesperadas, que refuerzan el carácter del proyecto, la escalera mil veces fotografiada, el diseño de las ventanas y contras en un juego geométrico muy atractivo en el que el número de oro ¡cómo no! está presente, existe una fuerte relación entre la casa y el jardín y para rematar el enorme espacio del estudio, sin olvidar los muebles propios o comprados a diseñadores como Clara Porset , llama la atención la peculiar manera de colgar los cuadros o la biblioteca, hoy puesta al servicio de los investigadores.

El Anahuacalli es muy diferente, nada de claridad, expresivo y duro, por fuera da la impresión de una cueva oscura, algo siniestra, los rituales de los antiguos mexicanos no dan seguridad. La impresión al entrar es fantástica, huecos de paso trapezoidales como la entrada del laberinto de Micenas y la iluminación reducida a aquella que dejan las escasas y rítmicas aperturas cerradas con alabastro. En las paredes cientos de estatuillas de barro, toltecas, olmecas, chichimecas, aztecas…. bien contra la pared de basalto de los gruesos muros, bien en fondos blancos para resaltar  la expresividad de las figuras que tanto hablan de culto como de vida cotidiana. La parte baja, más ciega, habla del inframundo, la intermedia de la vida terrenal, hasta llegar a la azotea, el paraíso. La representación de la práctica totalidad de las culturas prehispánicas en su ambiente. La impresión es muy fuerte. Los bocetos se sitúan en una amplia sala con un gran ventanal, su trazo firme, decidido y seguro refuerza la impresión de estar ante una fuerza de la naturaleza cuando se habla de Diego Rivera.

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De allí a la UNAM al Centro Cultural, diseñado en su día por Teodoro González de León, en torno a la prestigiosa sala Nezahualcóyotl, sede de la orquesta universitaria alrededor de la que aparecen teatros y auditorios. Comemos en Azul y Oro, un buen restaurante con chef de lujo, Ricardo Muñoz Zurita,  que tiene allí la sede de su escuela de hostelería. El conjunto está emplazado en la reserva ecológica de la universidad, 100 has., de territorio casi virgen dentro e la ciudad, donde se pueden encontrar especies autóctonas en apariencia sin contaminar, creando un paisaje de marrones y verdes grisáceos que es preciso ver y recorrer para apreciar debidamente desde nuestra percepción europea.

La joya del conjunto edificado es ahora el MUAC, Museo Universitario de Arte Contemporáneo, también obra de González de León, se trata de un edifico bien implantado en un terreno alomado, con pequeñas vaguadas que se incorporan al proyecto. La entrada, me recuerda  la de la Fundación Beyeler, la obra de Renzo Piano, quizás no sean tan semejantes, sin embargo creo que los edificios conceptualmente se parecen. De éste destacar su integración en el terreno y su urbanidad en la plaza, los patios blancos y el voladizo en este momento ocupado por una instalación en homenaje a David Bowie.

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Después del museo, la fiesta de noche en  la plaza de Garibaldi, remodelada, ordenada y ajardinada con diversos agaves plantados en una tierra oscura, acertados en el juego de su ordenación, más duras, más redondeadas, más flexibles, las plantas crean un nuevo paisaje, al igual que en el entorno de la catedral, liberada de ambulantes, donde los planteles sirven de pedestal al templo reforzando la austeridad de su volumetría. Volviendo a Garibaldi, se parece y no se parece a la que conocí en otra ocasión, ahora aún con las casas rehabilitadas, la iluminación y los bancos adecuados a su nueva urbanidad, sigue habiendo el bullicio de los mariachis y turistas y una novedad: el Museo del Tequila, que merece la pena visitar, tanto por su diseño como por  lo que ofrece, una tienda con una interesante celosía-estantería-puerta, un museo con visita guiada sobre la historia del tequila y el metzcal y una sala de exposiciones a punto de inaugurar una exposición sobre el danzón con fotos de Cristina Khalo, sobrina de Frida. Por ponerle un pero cierra el espacio público ocultando la calle, pero un buen tequila con un espectáculo ameno en su cubierta merece la pena.

En la mañana del sábado toca de nuevo arquitectura, la operación urbanística de Plaza Carso y el conjunto formado por los tres edificios estrella, el Soumaya de Fernando Romero, el Jumex de David Chipperfield y el Teatro Cervantes de García Abril. Lo más nuevo el Jumex, es fácíl entender el revuelo causado en la prensa por esta obra rotunda, con un volumen sobrio contrastando con los otros dos, un edificio muy cerrado en el que lo que prima es el espacio expositivo interior. La última planta que es la que alberga la colección que da origen al museo, dosifica bien a la luz a través de lucernarios en dientes de sierra y permite apreciar bien la colección en la que no falta ningún nombre relevante hasta está una de las espeluznantes cabezas de Damien Hirst. Es un buen edificio, sencillo, elegante y silencioso entre el ruido visual de su entorno.

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El otro elemento al que prestar atención hoy es el teatro, subterráneo, del que en superficie sólo aparece la taquilla y una terraza bajo un parasol en acero de una gran belleza y magníficamente ejecutado, sus líneas rectas son un contrapunto eficaz a la fantasía del Soumaya.

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Una vuelta por el mercado de San Juan, que mantiene su sabor, pero poquito a poco va yendo hacia el mercado de San Miguel, tapas y vida social, pero sin diseño, un mercado con una nueva oferta sin olvidar a sus clientes tradicionales.

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Completando el día, una visita a San Idelfonso a ver: “El pasado revelado. La maleta de México” una espléndida exposición de los negativos de la guerra española de Gerda Taro, Robert Capa y Chim Seymour, largo tiempo perdidos y ahora recuperados, contextualizados con algún documental entre los que está “Las maestras españolas de la República”,  al que le han dado un Goya en su última cita.

 Después la exposición del Palacio Iturbide: “Arquitectura de México 1900-2010”. Excelentemente montada, más o menos por décadas, hay planos, documentales y unas maquetas muy bien realizadas y expuestas, todo ello contextualizado con muebles,  pinturas y publicaciones diversas. Ciento sesenta arquitectos, presentan su obra dando una panorámica de una arquitectura que evoluciona muy bien, integrándose en la modernidad desde la primera arquitectura ecléctica y decó de arquitectos extranjeros, a su plena asimilación del movimiento moderno con muy buenos ejemplos,  hasta la arquitectura de los novísimos como Norten o Kalach. Pena que no estuviera el Catálogo, hay que esperar hasta marzo.

El domingo es La Candelaria y hay que ir a bendecir al Niño, engalanado para la ocasión con un traje nuevo, esta tradición se refiere al Niño Jesús que nacido desnudo se viste para ese día a lo que se añade la fiesta pues, también es tradición que en el roscón de reyes se ponga un niño y quien lo encuentre tiene que invitar en la Candelaria a tamales. Fuimos a Coyoacán donde un gentío disfrutaba de la feria del tamal y a ver al bendición, una fiesta popular en la que hombres, mujeres y niños llevan su Niño desde, minúsculos a enormes a bendecir, luego le compran sus flores y sus velitas para acompañarlo a su vuelta a casa, donde se instala en un trono.

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Para cerrar el viaje una visita mágica, necesidad  nacida de los tiempos del colegio y de las postales antiguas, Tula, una cita con la cultura tolteca. La visita se inicia en un pequeño museo, con pocas piezas que hacen un recorrido por una forma de vida y las creencias y cultos de los toltecas. Al exterior la visita se inicia con el juego de pelota, del que solo queda el campo,  bien explicado por el guía, hasta se puede seguir el juego para saber que al final al ganador se le sacrifica para dar su corazón en ofrenda  propiciatoria.

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La plaza central es de dimensiones enormes, como en todas las culturas mexicanas que conozco, aparece libre rodeada de pirámides escalonadas y el palacio quemado, que como el ágora o el foro romano, servía como lugar de reunión, centro administrativo y de poder y comercial, hoy es sólo un bosque de columnas. La columnas también preceden a modo de peristilo a la pirámide mejor conservada, desde cuya base vislumbramos el objeto de la visita: los atlantes de Tula, la pirámide aún está en parte cubierta por placas en relieve que narran historias en viñetas, serpientes aladas  y  felinos se aproximan y se separan, con un significado ritual. Las placas se apoyan en unas piezas acuñadas en los muros, hoy liberadas de su función producen un curioso efecto en su regularidad.

Subimos, inclinados como se corresponde, para acceder a la meseta en la que se sitúan los atlantes, estos con los brazos caídos, hieráticos y serenos, con la mariposa en el pecho como  escudo, son de una gran belleza.

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La comida en el pueblo, provinciano y tranquilo, animado por la gente disfrutando del día festivo, la alameda con un colorido palco de música popular. La catedral se sitúa en un recinto amurallado con almenas, en una plataforma elevada sobre el viario circundante, en su interior el atrio es un jardín geométrico,  la iglesia- fortaleza está coronada de almenas, es una sorpresa, se trata de una iglesia de fachada sobria, renacentista y en su interior gótica tardía, por fin una iglesia no barroca. Forma parte de un antiguo convento franciscano con un pequeño claustro y una fachada, encalada con recercados en piedra, su imagen claramente responde al momento de su fundación 1553. Fin del viaje por este año.

Jaén

La invitación al V Taller  Internacional de Paisaje supuso el cumplimiento de varios deseos, conocer Jaén, por supuesto, pero con el objetivo puesto en Úbeda y Baeza, al regreso Viso del Marqués y lo que fuese surja  en el camino.

Llegar a Jaén ahora es fácil, túneles y viaductos franquean el antaño insufrible Despeñaperros  y te introducen en tierra de olivares que se desparraman ordenadamente por las colinas de tierras rojas primero y blancas después, el terreno quebrado ofrece un paisaje fantástico, despoblado de construcciones y de los seres humanos que lo fueron creando. La vista lejana de Jaén es su castillo en la cima y la catedral de imponentes proporciones abajo, lo que no impide que El Corte Inglés y su omnipresente luminoso verde la oculten

El objetivo del viaje es la catedral, de ahí que poco importa que la oculten, una vez abandonado el coche en un aparcamiento subterráneo, un pequeño paseo por una calle empinada y la catedral se impone, se llega por lo que debiera ser el ábside y es una fachada

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plana en la que aparecen los restos de la antigua catedral gótica. Por un lateral se llega a la  monumental fachada  que preside como telón de fondo la plaza, recientemente remodelada por Salvador Pérez Arroyo, que ha diseñado un espacio austero, ajustando el plano en el que se asienta la catedral a las pendientes que la rodean y liberando su visión al hacer desaparecer todos los árboles que había delante. Ya sin tiempo me adentro en la catedral hasta la Sala Capitular, la única se sus obras que Vandelvira  vio terminada en vida, rigurosa, el renacimiento plasmado en sus paredes y en  la bóveda de cañon que la cubre. En esta sala se presenta el Taller y se hace un análisis de la evolución de Jaén, antes de iniciar el recorrido por la ciudad, sobre la que se trabaja en torno al hito de la catedral como apoyo a su designación por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad formando conjunto con Úbeda y Baeza.

Se empieza la visita por el Barrio de la Magdalena, el primitivo asentamiento árabe, regularizado por dos calles paralelas a media ladera, tensionadas en su origen por dos mezquitas, la que hoy es catedral y la Magdalena. La que se sitúa en la cota más alta es la calle principal, se presenta como un eje lineal y del que surge un intrincado viario que trepa por la ladera ajustándose a una topografía muy difícil. Son calles perpendiculares que se desarrollan en rampa hacia la cima hasta llegar escalonadas a la actual Circunvalación, a los pies del recinto del castillo, que se dibuja espectacular como una línea blanca coronando una cresta que avanza junto con los restos de la muralla hacia la ciudad. El viario en la zona baja es más diverso, se estrecha y se ensancha creando plazuelas, una trama muy rica en la que el agua abundante que aparece en sus fuentes, los caudales, ha dado vida a la ciudad a lo largo de su historia apareciendo los árboles como su manifestación externa.

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Jaén es una ciudad de iglesias, palacios y conventos, convertidos estos últimos en contenedores tanto para actividades culturales como administrativas. En esta zona árabe nos encontramos con la iglesia de San Bartolomé y su magnífico artesonado, la de la Magdalena que da nombre al barrio, construida sobre una antigua mezquita, forma parte del convento de las ursulinas, aposento y refugio de mujeres descarriadas. Conserva el patio de las abluciones, con un gran pilón de agua rodeado por un pórtico. La de San Juan se sitúa en un lugar elevado, es de dimensiones importantes y posee unos volúmenes nítidos enfrentados a una plaza en una cota bastante más alta que la calle principal. Si se quieren visitar las iglesias no hay más remedio que comprar el Diario de Jaén y ver el horario de las misas y si no ir dos veces, una para comprobar cuando está abierta y otra para visitarla, salvo suerte improbable.

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Después de la Reconquista de la ciudad por Fernando III, se desarrolló un barrio cristiano en torno  a la iglesia de San Idelfonso que hoy aparece como cabecera del desarrollo más moderno de Jaén con un eje muy potente como es la Avda. de la Estación, antiguamente en las afueras y hoy absorbida por las  nuevas edificaciones.

El Taller desarrolló varios temas en torno a la catedral y sus relaciones con el entorno, en el ámbito de discusión propiciado por ponencias y comunicaciones de especialistas y dado que el elemento más relevante después de la catedral es el castillo de Santa a Catalina, a éste se dedico la primera visita para visualizar las relaciones entre ambos elementos. El castillo es hoy un Parador Nacional, sometido a una restauración-reconstrucción correcta. Insertado en una cresta, la geografía domina  la morfología del edificio y desde el recorrido que conduce hasta una gran cruz, un mirador de excepción sobre la ciudad  acostada bajo el imponente promontorio  y desparramada en una amplia llanura y sobre la sierra en al que ese suceden los valles y las cimas componiendo un paisaje casi mágico,  bien perfilado a la luz del atardecer con unos claroscuros profundos, definidos por los plegamientos muy aristados.

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En una escapada hay que ver el Palacio de Villardompardo, aún en restauración. En su sótano se encuentra uno de los baños árabes de mayores dimensiones y mejor conservados de España. El edificio permite el recorrido clásico de las salas fría, templada y caliente, sobre un hipocastum. Es un espacio misterioso, muy rico espacialmente en la sucesión de salas en las que la luz juega un importante papel, están cubiertas por cúpulas y bóvedas y en ellas se abren luceras estrelladas, se apoyan sobre arcos en herradura de ladrillo sustentados `por columnas con capiteles vegetales de distinto diseño.

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La última actividad es una visita privilegiada a la catedral al atardecer del último día de Taller. Tras la reconquista la antigua mezquita se consagra en 1249 y se completa la construcción en 1801 con la iglesia parroquial de El Sagrario, obra de Ventura Rodriguez. Cinco siglos y medio suponen la sucesión de arquitectos y estilos integrados armoniosamente, desde el gótico al neoclasicismo con el hito de Vandelvira, uno de los arquitectos más representativos del renacimiento español y su sucesor Eufrasio López de Rojas. Se trata de una visita guiada por un especialista además enamorado del edificio. Se empezó por la ya conocida Sala Capitular, luego al Sacristía y el Museo para recorrer después detenidamente las naves, más palaciegas que eclesiales. Debida a múltiples manos, es a veces  más arquitectura  dibujada aún cuando construida  y en ocasiones es víctima del manierismo más exagerado que desequilibra un poco la apreciación general. Después el coro y la galería superior abierta en un tramo a la ciudad, y por último la  fachada principal, más una falsa fachada que se asoma a la plaza desde sus balcones.

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ÚBEDA Y BAEZA

Terminado el Taller  llega al hora  de cumplir caprichos, en realidad sólo uno pues la noche se echó encima y el recorrido por Baeza se convirtió en un paseo casi oscuridad por el recinto amurallado, ya que posee un nivel de iluminación muy bajo, aún así se puede apreciar su belleza. La ciudad exige una nueva visita.

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Úbeda visitada a lo largo de la tarde es el Salvador y su arquitecto Vandelvira, una iglesia renacentista espléndida precedida por una gran lonja que también acoge el Palacio del Deán Ortega convertido en Parador Nacional, con una larga  fachada y un patio renacentista en torno al que gira el edificio. Una vez vista la joya y el mirador sobre el valle extenso hay que recorrer la ciudad, esa tiene una trama variada y rica en al que calles en pendiente enlazan trasversamente con una serie de plazas encadenadas en las que se suceden como en Jaén conventos, palacios e iglesias de distintas épocas, dimensiones y estilos rehabilitados o no pero que hablan de un rico pasado. Con todo lo que más llama la atención son los espacios públicos muy diversos en dimensiones y morfología, bien adaptados a la topografía, de los que destaca la Plaza de Santa María  en la que aparece un importante conjunto renacentista presidido por la iglesia de Sta. María de los Reales Alcázares, edificada sobre una primitiva aljama y enfrente de la que se sitúa el ayuntamiento en el antiguo Palacio de las Cadenas.

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De vuelta, camino de Madrid queda completar la senda gourmet y de paso callejear un poco más por Jaén, con la adquisición de unas yemas almendradas que resultaron exquisitas en las Carmelitas y ya en la carretera hacer caso de una recomendación, parar en la gasolinera a la entrada de Guarromán y comprar en los Morenos unos hojaldres o más bien pasteles de variados sabores, según la confitura elegida, deliciosos y que por cierto recuerdan la pastelería centroeuropea de los repobladores de la zona. Cumplida esta misión llegó el momento de parar en La Carolina.

LA CAROLINA

La Carolina forma junto con La Carlota, La Luisiana,  Guarromán o las Navas de Tolosa, parte de los poblados de colonización que creó Carlos III para la repoblación de Sierra Morena para la que invitó a alemanes y flamencos a vivir en ellas. Formaban parte de un importante plan de modernización a través de la agricultura y la industrialización para cambiar la situación de aquellas tierras fronterizas e inseguras que forjaron las leyendas pintoresquistas, con los bandoleros como protagonistas, trasmitidas por los viajeros extranjeros, el más famoso Merimée  y su “Viaje a España” pero su número es amplio, Richard Ford, Gautier…. Son historias  por otra parte fácilmente creíbles dado lo abrupto del paisaje  de Despeñaperros, lleno de múltiples recovecos en los que debía ser  fácil esconderse y difícil vivir con  lo que producía la tierra.

Por otra parte, la colonización de estos territorios es un producto de la Ilustración Española y su afán reformista para sacar del atraso al país, difundiendo las ideas y los conocimientos científicos y técnicos. Campomanes, ministro de Hacienda de Carlos III, impulsa la repoblación y comisiona a Pablo de Olavide para poner en marcha su construcción, a expensas del rey, nombrándole Intendente de las Nuevas Poblaciones de  Sierra Morena y Andalucía con la intención de poner en explotación las tierras improductivas  y proteger el tráfico de diligencias en dos tramos esenciales de la ruta comercial Madrid-Cádiz, El Viso-Bailén y Écija-Córdoba, empezando por hacer una carretera practicable. La capital de la intendencia se establece en La Carolina en 1767 con una subintendencia en La Carlota.

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La Carolina es  un claro ejemplo de estas actuaciones en la que la explotación de sus recursos mineros se acompañó de la creación de una fábrica de porcelana como complemento de la actividad agrícola. Se convierte en una imagen potente de la aplicación de las  ideas renovadoras y  fue la más importante de las ciudades diseñadas y  donde el barroco y su tratamiento de la perspectiva queda enfatizado en los dos ejes que parten de la Plazadel Ayuntamiento, y a los que se otorga una teatralización que supera la escala de la nueva ciudad. En el caso del eje mayor se manifiesta en el encadenamiento de plazas y en el menor en la potenciación de su cierre visual, sin duda el arquitecto-urbanista que la trazó conocía bien las actuaciones que en aquel momento se estaban llevando a cabo en Europa.

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Su trazado es en cuadrícula, con una plaza mayor rectangular, en la que se sitúa el ayuntamiento, un edificio en piedra de arquitectura clásica, muy sobrio. Lateralmente la que puede considerarse la calle mayor, da acceso y salida a la ciudad, iniciado el primero por una importante plaza circular con un monumento en el centro y  en la que se abre una puerta  enmarcada con dos torreones que dan acceso a una plaza circular, la de la Aduana, continuando el recorrido aparece una plaza ochavada. La arquitectura popular es de casas blancas enjalbegadas de cal y permanece sin grandes modificaciones  a  lo largo de las manzanas regulares.

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Perpendicular a la Plaza del Ayuntamiento aparece otro eje, hoy peatonal que da acceso a  otra plaza situada en una cota más alta y que precede a la iglesia parroquial, flanqueada hoy por el Centro de Interpretación de la Repoblación y la casa del intendente, el primero un edificio nuevo fruto de una eficaz rehabilitación y el conjunto resultado de la expropiación del

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Convento de las carmelitas para a alojar a la nueva administración, éste fue fundado por San Juan de la Cruz y allí  escribió una parte importante de su poesía. El conjunto, hoy declarado Bien de Interés Cultural, es interesante en sí mismo como un propuesta urbanística y al tiempo como una imagen viva de las intenciones de un rey ilustrado, que se creyó capaz  de transformar un país que le tocó gobernar de rebote y al que no quería venir.

VISO DEL MARQUÉS

La siguiente parada es en Viso del Marqués, para ver el Palacio de don Alvaro de Bazán, donde se ubica hoy el Archivo General de la Marina y donde se reúnen los fondos desde el siglo XVIII hasta el siglo XX continuando la labor del Archivo de Indias de Sevilla, está abierto a los investigadores bajo petición. Sorprende ver un palacio de estas características en medo de la Mancha y más que sea un archivo de la Marina, esto último  consecuencia y homenaje a la carrera de don Álvaro al servicio de Felipe II y su situación deriva de su apego a ese lugar,  en el que había nacido y donde fue comprando numerosas tierras y decidió construirse un palacio al gusto italiano, copiado reiteradamente y envidia del propio rey.

La visita es guiada y se inicia en un vestíbulo desde el que se accede, por medio de unos peldaños a un patio cuadrado rodeado de un pórtico a doble altura, decorados sus paños interiores con murales de buena factura que representan las distintas gestas del Marqués de Santa Cruz y reproduciendo los planos de algunas de las ciudades en las que residió. Los murales restaurados conservan en algunos casos las huellas de los sucesivos usos que tuvo el edificio durante y después  de la guerra civil, como cárcel y como colegio después.

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Tiene lateralmente un pequeño jardín a la italiana con setos recortados, se trata de un jardín cerrado que, en sus tiempos debió ser mucho mayor. En el muro de acceso al edificio en dos hornacinas aparecen los monumentos funerarios del marqués y su mujer, su autoría se debe a Antonio de Riera, ambos aparecen en actitud orante, las figuras recuerdan las de los Leoni  de los reyes Carlos I e Isabel de Portugal.

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Se sube a la planta alta por una escalera central que se desdobla, en los descansillos el marqués representado como  los dioses Marte y Neptuno como corresponde a la época del palacio, construido en pleno renacimiento. La escalera está cubierta con una  bóveda

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encañonada también decorada con frescos.  En la lgalería de esa planta aparecen los fanales de popa  de las naves capitanas derrotadas, consideradas como un trofeo de guerra. Las distintas alcobas están decoradas con murales con representaciones  tanto mitológicas como de la familia del marqués. En una de las salas de mayores dimensiones se muestran algunas reproducciones de naves. También en esta planta se sitúa la capilla dedicada a la Virgen del Rosario, antigua patrona de los marinos y en la que está enterrado el marqués. El almirante del rey, héroe de  numerosas batallas en defensa del mediterráneo, estuvo  con don Juan de Austria en Lepanto, conoció cinco días antes de su muerte su destitución al frente de la Armada Invencible.

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El edificio perdió sus  torres en el terremoto de Lisboa de 1755 y se sitúa dando frente a una plaza y colindante a la iglesia de la Asunción dónde una placa recuerda la parada de Isabel la Católica camino de su descanso definitivo. Como curiosidad decir que este palacio se utiliza como escenario de series de televisión o películas que requieren un  palacio italiano bien conservado, entre las más conocidas: “El rey pasmado” y “La princesa de EbolÍ”.

Lobios

Si alguien lee este texto se preguntará ¿Dónde está eso?, es obvio,  pues se trata de un municipio gallego casi desconocido, situado en un lugar geográficamente peculiar, en el centro de un meandro del río Limia, aquel en que los romanos pensaban perder la memoria si lo cruzaban y en la ribera del río Caldo, una tierra en la que si te mueves en una dirección estás en Portugal y en otra en Galicia, en la comarca de la Baja Limia.

El nombre de Caldo del río no es gratuito, sus fuentes son calientes y de ahí que en Lobios haya una  poza al aire libre, donde llueva o haga calor la gente se baña, mayormente los portugueses que aparcan allí sus caravanas. A su lado hay un balneario moderno de arquitectura discreta, se sitúa entre el río y la Via VII Astorga-Braga, hoy convertida en un sendero de largo recorrido. Cerca del balneario se encuentra una villa romana, de la que quedan los cimientos y paredes hasta más o menos un metro de altura.

Bordeado de las altas montañas de Sta. Eufemia y Xurés, el río discurre encajonado por un desfiladero denominado Portela de Homen, al que fluyen cientos de regatos, que, en esta época de lluvias inusuales, no había llovido así desde 1947, van caudalosos y ruidosos hacia el río que amenaza con crecer y arrasar el paseo ya destruido en parte. La vegetación frondosa y densa hace del paseo una agradable experiencia, los muros de roca dividen las fincas, éstas están redondeadas y llenas de musgo. Las casas se sitúan a una cota más alta, se arquitectura contemporánea y más bien dañina para el paisaje está apantallada, lo cual se agradece. Geográficamente la zona se corresponde con la configuración topográfica propia de la mayoría de las zonas balnearias europeas en las que la estación termal se sitúa en  fondo de valle.

Este lugar es un buen punto de partida para conocer el territorio, la primera salida a Castro Leboreiro, en nuestros mapas, para los portugueses Laboreiro. El recorrido permite adentrarse en el Parque Nacional de Gerés en portugués y Xurés en gallego, el terreno es muy quebrado, arbolado a media ladera es áspero y desolado en las cotas altas, donde predominan las formaciones rocosas, lugar de cazadores por las gentes que se ven y la comida que ofrecen los restaurantes. El Castro, ya cerca de los 1000m. de altitud, es una zona rocosa bastante hostil, en la cima que divide los valles, que la niebla impide ver , está el castillo mandado construir por el rey D. Dinis allá por el siglo XI, es de forma casi oval, está en ruina, construido en piedra bien  asentada, moldeada por el paso del tiempo, queda algún arco labrado en sus puertas Norte y Sur. En su día debió tener torres, hoy demolidas. Pena que no se pudiera disfrutar de la vista. La aldea a sus pies no está mal, sus calles intrincadas para protegerse del frío alojan arquitectura tradicional en proceso de deterioro.

La zona en tiempos debió de ser rica, a medida que se desciende los hórreos se multiplican, en su día se recogían en abundancia maíz, trigo y centeno. Así aparecen casas hasta con seis hórreos y el magnífico campo de hórreos de Lindoso al que habrá que ir en otra ocasión. Hoy los campos aparecen abandonados, la economía parece dirigida al turismo.

La otra salida es a Gerés otra estación balnearia. El recorrido discurre por una carretera estrecha con fuertes pendientes a la que fluye el agua en grandes cantidades formando pequeñas cataratas que la rebasan, y que en el horizonte son grandes caídas que bajan hasta los ríos que van llenos a punto de desbordarse en un magnífico espectáculo en el que la naturaleza parece desatada. Habrá que esperar a la vuelta para parar en un pequeño mirador para poder disfrutar de la vista.

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La idea es llegar hasta Veira do Río, pero el día no está para esa aventura así que pasamos la frontera, es un decir, y nos quedamos en Gerés, un apacible lugar en el que las casas trepan por las laderas según las curva s de nivel, situándose el balneario en la cota más baja. Éste está enfrentado a una alameda y bordado de una galería formada por  una columnata austera bien labrada. Los hoteles han ido recuperando su antiguo empaque decimonónico, con sus revocos coloreados y las molduras blancas resaltando huecos y cornisas. El ambiente es el que se corresponde con la idea de balneario, relajante y fuera del tiempo.

Por último, la Semana Santa no da para más, y ya bajo el sol y una vez hecho un tramo de la calzada romana, un recorrido de iglesias. Una, entrevista, como una agradable sorpresa, la de Entrimo, aparece de golpe en la carretera, una escultura en piedra increíble. La otra, minúscula, Sta. Comba de Bande, mirando al río, las separan siete siglos, y maneras muy distintas de concebir la religión y la arquitectura que ha de acoger a la comunidad cristiana. Entre una y otra el embalse de las Conchas lleno, como un estanque en calma a un lado y los pescadores aprovechando la jornada y al otro vaciándose con un ruido ensordecedor en medio de cascadas de espesa espuma blanca.

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La iglesia de Entrimo se sitúa al borde de la carretera, precedida por una gran rampa, que resalta sus  grandes dimensiones, y una grada lateral. La iglesia se denomina Sta. María la Real, está en un atrio cerrado, precedida por un tejo gigantesco que casi cubre su amplia fachada, funciona como un espacio de transición antes de enfrentarnos a la magnificencia que se

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despliega ante nuestros ojos. La iglesia desnuda tendría, en su frente, las proporciones de San Andrés de Mantua, la riqueza decorativa de la fachada superpuesta se puede comparar con la más fantasiosa de las iglesias coloniales, dentro de una composición rigurosamente barroca en la que se superponen tres órdenes de columnas salomónicas de labra muy diferente, con un eje central. Sobre la puerta de acceso un ángel músico soporta la cornisa sobre la que se apoya el nicho de la Virgen y más arriba la Stma. Trinidad, flanqueada por columnas adornadas con racimos de uvas, se remata con un tímpano en el que aparecen las armas reales sobre el águila bicéfala colocada en 1739 cuando se acabaron las obras.

La volumetría del conjunto es armoniosa, de cuerpos cúbicos bien ensamblados, liso y sin adornos, salvo las puertas laterales, una más trabajada que la otra  y la imposta rizada sobre un cordón que corre bajo la cornisa, interrumpida bajo el alero de vez en cuando por las gárgolas en apariencia de época anterior. Aparece una cúpula centrada con linterna de la que poco se puede decir ya que la iglesia estaba cerrada. El campanario, también  barroco, es exento, con una balconada de  balaustres de piedra y cupulín coronando el cuerpo de campanas.

Hay que destacar la espacialidad del lugar que bordea la iglesia, la edificación en piedra aparece escalonada, con volúmenes simples de arquitectura  tradicional de calidad, en el que  la casa rectoral, un pazo y una casa blasonada cierran el paisaje, combinadas con la vegetación y las rampas y escaleras que unen los edificios creando un magnífico y variado plano sobre el que se apoya el conjunto.

Sta. Comba, toda discreción, se sitúa en medio de una aldea en un plano más bajo que las casas y próxima al templo parroquial. Esta iglesia junto con la de San Miguel de Celanova son las joyas visigóticas de la zona, construidas ambas en el siglo VII. Ambas son de pequeñas dimensiones,  Sta. Comba se rodea de un atrio y la de Celanova se sitúa en el patio lateral del Monasterio de  de San Rosendo.

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La iglesia está muy bien restaurada, en el exterior unos setos recortados, ajenos a la humildad del lugar impiden su correcta apreciación. El edificio es una acumulación de pequeños volúmenes de distintas alturas, precedidos de un pórtico, cobijan una iglesia de cruz griega con bóvedas de ladrillo, la del crucero es de arista y las restantes de cañon y los arcos fajones de piedra.  La nave central finaliza en  un arco en herradura apoyado en dos columnas de mármol,

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 con capiteles tallados y en intradós el alfa y el omega, el sol y la luna con una apariencia naif. Da acceso a la capilla mayor, al fondo una estatua de San Torcuato, el santo titular, situada delante de una ventana con una celosía de mármol, similar a la de Francelos en Ribadavia. Los paños laterales y el fondo tienen pinturas murales en tonos rojizos fuertes y trazo potente, sobre un fondo claro, al fondo aparecen dos santos dispuestos frontalmente. Sus proporciones otorgan a este templo una espacialidad potente reforzada por una iluminación en claroscuros.

Fin del viaje, ya sólo queda el retorno.

Copenhague

A decir verdad nuestro viaje en Dinamarca no empezó en Copenhague, sino en un pequeño pueblo de pescadores al lado de su aeropuerto llamado Dragor y que iba a ser nuestra base de operaciones. Como llegamos de noche nos limitamos a explorar la casa, el jardín, enterarnos de que teníamos una mascota, un conejo sin nombre, un invernadero que regar a cambio de tomates, aprender las prolijas reglas de la selección de basuras, días y lugares de recogida, además de aprender a hacer el compost y ya nada más que cenar y dormir que no es poco para un aterrizaje.

Al siguiente día lo primero aprovisionarnos, en un supermercado nada sostenible, la temperatura por debajo de los 18º y eso siendo generosos, menos mal que a la salida regalaban un café calentito. A partir de aquí reconocimiento de la urbanización, interesante su ordenación en torno a un gran espacio público, recorridos peatonales separados, una cierta priorización de la bicicleta, que los indígenas no utilizaban mucho, puestos a exagerar, casi había mayor presencia de caballos, y una buena disposición de la sección de calle y aparcamientos.

Lo anterior de camino hacia el autobús para ir a Copenhague, paradas enfrentadas y como no, elegimos la contraria, subsanado el error descubrimos lo que ya sospechábamos, todo el mundo habla inglés o sea ningún problema con el conductor, previamente nos habíamos provisto de coronas danesas. El trayecto no era largo y ya nos adentraba directamente en el centro de la ciudad, una ciudad de la que las únicas imágenes previas que tenía eran las fugaces introducciones de “La cortina rasgada” y “Topaz” de Hitchcock.

Íbamos a descubrir, al más puro estilo turistas, primero Kingsprince un espléndido parque urbano con grandes praderas de césped que cada cual disfrutaba a su modo, tomando el sol, haciendo picnic, jugando a diversos juegos o disfrutando tranquilamente del paseo. Este parque da frente a Rosenborg  que es uno de los tres palacios urbanos y guarda las joyas de la corona.

 

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 De ahí a Nivhan el canal más típico de Copenhague, con sus coloridas fachadas y una multitud en sus bordes disfrutando del paseo o de las terrazas, tiene un encanto especial dada la proporción del espacio y la fuerza de los colores, que aparecen contrastados. Siguiendo el borde del agua llegamos al Teatro Real obra de Lungaard&Tranberg, una caja acristalada con un cuerpo ciego como remate y que da frente a lo que denominaban, al menos en el momento que estuvimos, como playa, un espacio pavimentado en madera con sillas y alguna terraza en la que la gente tomaba el sol, muy animada cuando pasamos. Hay que reconocer que el tiempo ayudaba.

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Más adelante una plaza en el que acababa de concluir un espectáculo callejero, un espacio bien tratado con una imagen muy urbana, en la que tiene una gran importancia la pavimentación, el mobiliario diseñado para el lugar y la disposición de la edificación de una manera muy fluida, llegamos así al “showroom” de Audi, una carpa blanca a modo de onda acristalada, en la que acababan de hacer la presentación de un nuevo modelo. Como se puede observar un cúmulo de actividades reunidas, ya que este edificio daba frente a un museo de figuras de arena muy elaboradas que, por supuesto se visitan.

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Pasamos por Amalienborg, un eje, perpendicular al mar, va desde la Iglesia de Mármol al nuevo Teatro de la Ópera, cruza la plaza octogonal del S. XVIII, en la que se sitúa la estatua ecuestre de Federico V, su promotor. La plaza bordeada de palacios y pabellones de menor altura que remarcan las entradas, es un espacio sereno, muy bien compuesto en el que el paso del tiempo no parece haber dejado huella.

De ahí, bordeando el frente marítimo nos fuimos acercando al Kastellet una fortificación bien cuidada, con unos taludes ajardinados hacia el foso, es un espacio público que fundamentalmente utilizan los turistas y los daneses haciendo “footing”.

 

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El objetivo era ¡claro está! ver la Sirenita y hacernos la correspondiente fotografía.

Al lado, un falso Mies van der Rohe, falso pues no está reseñado en ningún lugar, pero su parecido con el Crown Hall de Chicago es innegable, tanto en el acceso como en el despiece de la fachada. Cumplidos los deberes, vuelta a Dragor.

La segunda jornada la dedicamos a la carretera costera de Oresund, el recorrido en coche es precioso, no sólo por el contacto con el mar sino también por las magníficas casas en sus bordes. Casas de recreo que tanto son tradicionales como responden a los modelos de las casas francesas o inglesas de los balnearios del Canal de la Mancha. Paisajísticamente es irreprochable.

La primera parada la hicimos en Kumbelaeck, para ver Louisiana, un Museo de Arte contemporáneo creado en 1958 por un particular, lo que como pudimos comprobar más tarde es tradición en Dinamarca. El museo dedicado en primera instancia al arte danés fue cambiando hasta poseer una magnífica colección de arte internacional, de la que nos tentaba especialmente su colección de escultura y por ello habíamos decidido ir: Henry Moore, Calder, Arp, Marx Ernst, Dubuffet… sus obras en el jardín, están muy bien dispuestas, dialogan entre ellas en el espacio verde y Henry Moore como ¡no! está enfrentado al mar, situado a una cota más baja, viéndose sólo el horizonte. En el interior una gran colección de Giacomettis, colocados en solitario o en grupos sus hombres y mujeres marchan sobre fondos blancos o el jardín.

 

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Al museo se entra por una villa, no sé porque me recordó el Peggy Gugenheim de Venecia, el “merchandising” interior pronto disipaba la impresión. El edificio se concibe integrando arte y naturaleza a partir de la ampliación de la casa original, proyectada por los arquitectos Jorgen Bo y Wilhebn Wohlert, estos lo fueron ampliando en años sucesivos acompañando al Museo en su expansión, más tarde, se incorporó el también arquitecto Claus Wohlert. Es una obra que se adapta muy bien a un terreno en pendiente, juega con planos acristalados y ciegos, los recorridos son muy claros y permiten enfatizar las obras por las que el museo siente especial orgullo como algunas de Asger Jorn o las esculturas de Giacometti.

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Pronto se demuestra que la magnitud de la colección no se podía disfrutar en el tiempo de que disponíamos y más cuando para nuestra sorpresa se celebraba una tentadora exposición: “Nórdico nuevo. Arquitectura e Identidad” en la que no sólo había imágenes sino también pequeñas instalaciones cuyos autores, no necesariamente artistas, reflexionan sobre la identidad nórdica y cinco prototipos de casas, uno por cada país, muestras contemporáneas de una tradición que plantean identidades singulares, aceptando la premisa de la existencia de una identidad nórdica. Al lado en una abigarrada sala, se mostraban en planos, maquetas y fotos de proyectos realizados. Con todo, quizás la parte más atractiva era la dedicada al espacio público como espacio para la comunidad, espacios y ambientes para disfrutar con arquitectura innovadora en sus bordes. Mostrada básicamente con fotografías o reproducciones digitales, en un montaje muy atractivo en el que la luz jugaba un papel fundamental.

De nuevo fuera nos acercamos al Jardín del Lago, un jardín umbrío a una cota muy baja, que fue, al parecer en tiempos de guerra, un elemento defensivo y en cuyos bordes aparecen más o menos visibles cinco pabellones, su ubicación me llevó a pensar en la cabaña de Laugier, pero no, eran el resultado de un concurso celebrado en 2001 para diseñar Kolonihaven, como denominan a las parcelas para cultivo con un pabellón de una superficie máxima de 7 m2, nuestros huertos urbanos. Éstos nacieron como huertos para la clase trabajadora, supongo que una tradición protestante, yo sólo conocía los planteados a partir del S. XVIII en los poblados obreros ingleses por la iglesia o almas caritativas ante la precariedad de la vida de los mineros.

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De entre las propuestas presentadas se construyeron cinco, una caja de cristal de Perrault, una cabaña-templo de Rossi, una colorista y expresionista de Kleihues y dos fusionadas con la naturaleza, propuestas por Ralph Erskine y Heikkrinen-Kamonen.

Una rápida vuelta a la colección y un descubrimiento: la colección de dibujos y gouaches constructivistas cedidos por una norteamericana, Celia Ascher y de nuevo a la carretera, mucho más ilustrados de lo que habíamos entrado, camino de Helsinor.

Íbamos a ver el castillo de Hamlet, un decir, el castillo de Kronborg es un palacio renacentista en el borde del mar, pero se cruzó por el camino Utzon y ya no puedo ser.

Así, siguiendo a alguien parecido al flautista de Hamelin pero sin flauta recorrimos el pueblo, era un hombre que interactuaba con la gente, planteándoles situaciones imprevistas conforme avanzaba por el pueblo. Como quien no quiere la cosa, en la oficina de turismo, aparte de decirnos cuál era la mejor heladería, nos habían dado un mapa, con una cruz marcada con displicencia al oír Utzon, ¡más arquitectos!, debió pensar con resignación la chica, aunque luego nos busco amablemente en Internet el otro edificio del que teníamos vagas noticias, y al que llegamos después de abandonar a nuestro hombre.

Un edificio de atención primaria, sobre una plataforma, aún hoy, cincuenta años después estaban urbanizando su frente, se trata de un bloque exento en altura, alternando franjas, en las que una pequeña inclinación de los bloques blancos da una plasticidad orgánica al alternar con la rígida carpintería negra.

 

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Y a partir de aquí por una calle en pendiente bordeando un bosque llegamos a las “Casas patio” de Utzon, una pequeña urbanización con tres ejes en fondo de saco, en la que las casas en ladrillo pardo se van solapando, desplazándose unas con relación a las otras, de volúmenes simples, austeras e interiorizadas, sus huecos son pequeños y escasos y no permiten desde fuera hacerse a la idea de cómo es el interior. No había mucha gente, pero una segadora haciendo ruido fue la señal, un habitante tal vez generoso nos dejaría ver su casa. La mujer, en traje de faena, nos vio llegar, nos escuchó, nos preguntó si no habíamos hablado con nadie, se fue a lavar las manos y nos dejó entrar. La casa efectivamente volcada a un patio resuelve al tiempo iluminación y privacidad, se sitúa en paralelo al patio de otra casa, se desarrolla funcional y clara con materiales tradicionales, sólo el baño estaba modernizado y el garaje sustituido por una sauna, el salón-comedor-cocina tenía un mobiliario nórdico impecable, madera clara laminada,  de líneas sencillas, con la apariencia de confort que le caracteriza. La señora la mostraba con auténtico orgullo.

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Al salir pensé que no estaría de más analizar esta propuesta inserta en un bosque, conjuntamente con las casas patio de Sert, las de Mies y porque no las de Sejima, pero esa sería otra historia.

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De vuelta al pueblo, nuevo intento de ver el castillo, pero sólo llegamos al moderno centro cultural, buena nueva arquitectura nórdica. Hay que decir que por el camino nos fueron retrasando el ensayo de unos músicos en un barco y una casa de cristal de colores, en la que al final comprendimos lo que ocurría, estábamos en medio de un festival, un Fringe a pequeña escala. En la casita dos actrices representaban o más bien compartían textos de Hamlet con las dos personas que cabían en la casita. Ante tantas expectativas y tanto fracaso hamletiano decidimos tomar un helado y ver el programa radiofónico de las “Brunnettes” en un patio, era una excelente opción para acabar el día, los años cincuenta entraron en nuestras vidas, con la actuación de tres chicas fantásticamente caracterizadas y con un guión cien por cien americano, mientras caía la noche.

Llegamos así a nuestra tercera jornada en Copenhague, dedicada íntegramente a Orestad, un desarrollo urbanístico al Sureste de la capital en la isla de Amager, se trata de un nuevo desarrollo de una gran extensión 600 m. x 5,00 km., a lo largo de la reserva natural de Kaluebod Faelled. Está bien situado en relación con la ciudad, la Universidad y el aeropuerto, pretende completar los servicios de la Universidad, define un importante Centro de Negocios (80.000 empleos), un centro de Convenciones, el Belle Center, posee el mayor centro comercial de Dinamarca y al tiempo aparecen un importante número de viviendas, que en la fase final serán 20.000. Todo el conjunto está servido por una línea de metro moderno que en sus seis paradas permite recorrer todo el conjunto y poner a la nueva ciudad en contacto con el centro en diez minutos.

La nueva ciudad se plantea al igual que la actuación de Nordhavnen, entre las expectativas de crecimiento de Copenhague, por el CPH City Port Development, una corporación de desarrollo pertenece un 55% a la ciudad de Copenhague y el 45% al estado danés. Así se convoca en 1994, un concurso internacional que ganan COBE, Sleth Modernisin, Poliform and Rambell, hoy Danish-Finnish-ARKKI.

Diseñan una amplia superficie de agua y naturaleza, un tercio de la superficie son parques y áreas verdes, en las que un canal discurre recto o serpentea en dirección N-S, se presenta así  como una ciudad, aún hoy en ejecución, los tiempos en la creación del espacio urbano son largos, en la que unas infraestructuras adecuadas, una calidad arquitectónica elevada y un fácil acceso a la naturaleza la harán atractiva para la instalación de nuevos residentes y negocios.

 

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Empezamos por el Belle Center, en el que junto con el Centro de Convenciones, bajo las aspas de un molino eólico, se sitúa un hotel con un juego de volúmenes quebrado y una fachada definida en triángulos en blanco y azul, se trata del edificio más alto construido hasta ahora y referente en todo el conjunto, aparecen además una serie de edificios de oficinas, en los que constructivamente se hace patente el uso de nuevas tecnologías.

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Nos dirigimos después hacia la zona de la Universidad y lugar del inicio del canal. El primer edificio de nueva construcción al que nos dirigimos fue a la Residencia de Estudiantes de Lungaard&Tranberg, se trata de un edifico circular en torno a un jardín, los servicios comunes están en planta baja y las habitaciones o apartamentos aparecen en módulos, dispuestos aleatoriamente, esa es la percepción aunque es de esperar que respondan a un programa preestablecido que no se percibe desde el exterior, se trata de un edificio más abierto hacia el interior que en su fachada, algo oscura. Aparece lateralmente al canal que estructura todo el diseño de la implantación, en la que destaca, como ya queda dicho, la importante superficie de suelo dedicado a los espacios libres y la calidad de la urbanización.

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Continuando con nuestro recorrido el siguiente edifico que llama nuestra atención son las oficinas de la Radiodifusión danesa, obra de Jean Nouvel, se trata de un conjunto de volúmenes prismáticos bien conectados entres sí, de los que destaca el que se enfrenta al canal con su doble piel de hormigón impreso y grandes telones azules que se pliegan a voluntad para dosificar la iluminación o facilitar los accesos.

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Las distancias exigen coger el metro, así que nos dirigimos hacia el centro comercial, una pequeña vuelta por el centro de negocios y directos a los edificios más espectaculares y conocidos de la actuación. Empezamos por la biblioteca, un edificio discreto en el conjunto, de ladrillo claro se va escalonando en la medida que lo exige la rampa exterior que lo bordea y de

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allí a la estrella. El edificio VM de Bjarke Ingels Group+ Julien De Smedt, sus espectaculares balcones triangulares le dan una gran expresividad al tiempo que hablan de las dificultades estructurales y de la formación de Ingels con Rem Koolhas, es más reposado hacia el interior en donde las viviendas se muestran en fachada con  tipos variados que van modificándose.

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El siguiente, se sitúa al borde de un canal secundario más ligado al espacio natural es un edificio escalonado, la fachada oscura aparece una montaña de madera en la que las cubiertas de las viviendas son verdes.

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Más adelante otro edificio escalonado The Mountain Dwellings, diseñado de nuevo por BIG, con una montaña grafiada en su fachada de aluminio, de nuevo al exterior se muestra una variedad de tipos de viviendas y al igual que en los edificios anteriores se hace una gran énfasis en el diseño tanto de la modulación de las fachada y el uso de los materiales como en los grafismos y colores empleados. Hay que decir que el color adquiere una gran importancia en el conjunto. Posiblemente para enfrentarse e identificarse bajo los cielos grises del Norte.

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Volvemos hacia los edificios de oficinas próximos a la biblioteca, edificios interesantes como propuestas de investigación en el tipo de oficinas y en la resolución de sus servicios como los aparcamientos o la configuración de espacios públicos a un nivel distinto de la calle.

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En conjunto se trata de una actuación en los que temas como la sostenibilidad parecen estar en la base de la misma, pero hoy por hoy parece falta de vida, su gran dimensión en relación con la población de Copenhague puede tener que ver, las grandes distancias, las enormes superficies de espacio verde le restan vida urbana, si bien hay que decir que aún existen grandes espacios vacíos y se sigue trabajando en la urbanización por lo que habrá que darle un voto de confianza.

Así llega la hora de volver al pueblo, Dragor nos espera. Se trata de un pueblo de pescadores que salvo las urbanizaciones que aparecen en sus bordes ha debido cambiar poco desde el siglo XVIII, como podremos comprobar más tarde en un cuadro de la Gliptoteca, salvo por los rellenos y muelles que dan cabida a la actividad pesquera y al amarre del gran número de yates y cruceros que allí atracan y le dan animación. Esta actividad justifica un comercio  especializado y cuatro restaurantes, fuera de lugar si no llegaran al puerto un número importante de barcos y gente de un cierto nivel adquisitivo. Una inmensa pradera se abre lateralmente  al mar precedida por una fortificación, a la que no llegamos, retrasados primero por un concurso de  baile con música de los años sesenta y magníficos bailarines  y más tarde con una magnífica puesta de sol.

 

Hamburgo

Pocos días en una ciudad exigen la elección de un hotel cerca de un medio de transporte así que si se quiere estar en el centro la estación del tren está bien, lo que  no equivale a que el barrio sea el más conveniente y así nos ocurrió. El hotel en la línea minimal, bien, el desayuno bien pero la vecindad pues ya se sabe lo mejor de cada casa, eso sí al lado de una comisaría para mayor seguridad. Bien es verdad que con acudir a la oficina de turismo, lo que siempre es recomendable, descubrimos que sólo nos habíamos confundido de calle, la del hotel la Steínstransse la paralela la Lange Reihe pues resulta que define un zona animada con restaurante estupendos, tiendas de diseño y gente variada haciendo vida de barrio, así que con cambiar el recorrido todo resuelto.

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La primera tarde, apenas nos dio tiempo de ver el centro, ya estaba oscureciendo y por lo tanto con las tiendas cerradas, sólo echar un ojo al magnífico ayuntamiento gótico-renacentista, a los canales y al atractivo borde del río.

El segundo día a la caza y captura de… Dirán ustedes que de arquitectura con nombre por fin, pues no, tocaban coches, bueno un museo, pero lo del tren no parecía la mejor solución, la flexibilidad de la red no servía para el recorrido planificado, pero la estación seguía siendo una buena idea, ¿dónde alquilar un coche con la máxima comodidad si no?.

Primera parada no prevista, un Museo de Molinos en Gifhorn, desde la carretera prometía y como parque temático es espléndido. Un amante de los molinos ha reunido una colección, en muchos de los casos se pueden ver los distintos sistemas de todo el mundo insertados en un paisaje muy bien construido, funcionamiento y hay un pequeño centro de interpretación con sus maquetas y unas notas explicativas en idioma bárbaro, bueno y algún otro. Una grata sorpresa para empezar el recorrido turístico.

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Después al Museo de la Volkswagen en Wolfburg, la entrada decepcionante una gran nave industrial sin ningún carácter distintivo, la entrada no mejora un largo pasillo con paneles en blanco y negro a ambos lados, de frente la historia de la fábrica y en el reverso los carteles de propaganda desde su origen, permiten darse cuenta en la continuidad de la empresa. La publicidad sólo ha cambiado a lo largo de la historia en las imágenes que incorpora pero no en el formato. Al final del pasillo ya estás convencido que la mejor forma de presentar esta empresa es así sin estruendo, el coche para el pueblo alemán no necesita más. La impresión viene cuando a través de una puerta sin importancia entras en una gigantesca nave y aparecen los coches de serie, junto a los de diseño de escasa difusión, en los que Ghia se luce en todo su esplendor,  a los de élite y a  tres coches para el futuro realmente espectaculares, las DKV en todas su versiones y los escarabajos a través de su fabricación y uso en los lugares que se fabricó como en México o Brasil y un emocionante modelo en el que aparecen escritos los nombres de todos los trabajadores de la fábrica a lo largo del tiempo para celebrar su cincuenta aniversario. Después del recorrido ya se pueden imaginar, una hamburguesa en Mc Donald’s.

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La tarde se remata en Bremen, una ciudad tradicional alemana a la que íbamos atraídos por el cuento de los músicos de Bremen para no encontrar ni una mala escultura que nos lo recordase o alguien que nos refrescase la memoria, porque el cuento no nos lo sabíamos. La ciudad bombardeada en la SGM y reconstruida no exigiría mayor tiempo, si no fuese por su plaza central. Una plaza irregular en pendiente en torno al ayuntamiento un buen edificio civil gótico con un excepcional gablete con ventanas y esculturas que lo enfatizan, al lado, una espléndida iglesia que, como correspondía a la hora, estaba cerrada pero con un grupo escultórico historiado en la fachada magnífico. Un descubrimiento: el borde del río, al que se llega desde la plaza por un callejón, un “revival” de principios del XX, construido en ladrillo y en cuyos bordes se alinean tiendas de diseño y restaurantes de época.

El borde del río está  bien ordenado, en una secuencia urbana llena de restaurantes populares, claramente alemanes, entre los que destacaba el Casino, una zona de renovación urbana en torno a las antiguas instalaciones portuarias desaparecidas y un parque verde muy poco intervenido lo que era su mayor interés. Cena en el callejón en un restaurante de los años treinta recargado de fotos y carteles de  izquierdas, estilo y comida tradicional.

Pensar en Hamburgo es pensar en su puerto. Aún cuando se haya vivido en un puerto y se conozcan unos cuantos pensar en los grandes siempre supone una cierta emoción, recuerdo al impresión de Rotterdam la primera vez en medio de la llovizna, los grandes barcos y sobre todo la acumulación de contenedores, apilados en largas fila con sus cientos de colores y los nombres de los grandes transportistas impresos a lo largo y ancho de los muelles, difícil pensé no admitir que Rem Hoolhas sólo podía provenir de allí, más tarde ya rematadas las grandes actuaciones llevadas a cabo para su ampliación y regeneración sigue causando la misma impresión (ver www.urban-e.es), aumentada por su urbanidad.

Volviendo a Hamburgo, ver su puerto era el objetivo del viaje iniciado al principio del verano. Siempre pensé en este puerto enfrentado al mar, pues no es así, se estructura a lo largo de kilómetros en la desembocadura del río Elba. El mejor modo de conocerlo es subirse a un barco y hacer el recorrido a lo largo de los recovecos del puerto entrando y saliendo de las distintas dársenas en las que una frenética actividad da idea del movimiento de mercancías que allí se hace, hermosas y potentes máquinas suben y bajan contenedores en la calma creada por una rutina precisa.

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Pero lo que de verdad interesa es la transformación que el puerto está sufriendo en contacto con la ciudad y como una y otro se influyen mutuamente y en el caso de Hamburgo donde mejor se expresa es en Hafen City, nueva ordenación de los bordes de agua, nuevos edificios en los que conviven viviendas y oficinas, nuevas técnicas constructivas incorporadas y zonas verdes liberadas de todo exceso y los grandes almacenes y estructuras portuarias rehabilitadas. Como no llevábamos nada localizado pues no queda más que reseñar la alta calidad de la arquitectura y del espacio generado.

Bajamos del barco en el Mercado del Pescado, una de las atracciones turísticas de la ciudad, si eres capaz de madrugar el domingo, y desde allí una pequeña incursión al barrio de Altona y sus magníficas viviendas burguesas, llegamos a través de un parque en el que se alza el grandioso y pesado monumento a Bismarck viendo de lejos la iglesia de San Michaele a la que deberíamos haber subido para tener una perspectiva de la ciudad, lo que no hicimos por ir a un agradable parque lleno de ciudadanos aprovechando los claros entre las nubes cada vez más negras.

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Esa tarde fuimos a Lübeck, el hogar de los Budenbrook uno de los mejores libros que haya leído nunca y en los que la presencia de la ciudad es tremendamente intensa, decepción ante el museo una instalación moderna sin referencias en un edificio antiguo. A la ciudad antiguamente amurallada se entra por una pesada puerta que da idea de la importancia que en su día tuvo la ciudad, aquí lo primero y tal como mandan los cánones subimos a la iglesia de… para observar al perspectiva del centro urbano, percibiendo muy, muy a lo lejos el puerto que dio importancia a la ciudad. Una magnífica plaza en la que conviven distintos estilos arquitectónicos centra el conjunto histórico articulándose con la iglesia de Santa María, que aparece lateralmente, la ciudad mucho más homogénea y armoniosa que Bremen, el dulce típico de la ciudad es el mazapán que venden en pintorescas tiendas. Por cierto, si algún día quieren sentirse invisibles no tienen más que sentarse en el café de la plaza, el tiempo transcurrirá plácidamente sin que nadie le pregunte porque o para que está allí. Vuelta a Hamburgo y cena en un restaurante de cocina fusión chino-italiano, bien decorado y a un precio razonable.

Ya el cuarto día, primera parada para conseguir una tarjeta de transporte familiar a un precio de lo más asequible 29 €uros para todo el día y todos los transportes para tres personas. Objetivo ver una exposición de Tony Cragg en un sitio alejado de al ciudad, primero el metro y luego un largo paseo por una antigua urbanización, la exposición en una antigua propiedad con una villa a la italiana delante de la que se extiende una gran pradera verde que permite divisar al fondo el río que no el mar, siempre presentido pero nunca visto en el tiempo que permanecimos en Hamburgo.

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La propiedad perteneció a un escultor expresionista que da nombre a la fundación que ahora la administra: Ernst Barlach y al que conocimos en este lugar, sus esculturas realistas estaban expuestas conjuntamente con las de Cragg. En el manual que Taschen dedica al expresionismo aparece en primer lugar. El pabellón de exposiciones aparece en medio de los edificios, es un pabellón blanco de una planta, con una puerta al centro, es obra de Werner Kallmorgen, muy luminoso, presenta una continuidad espacial solo alterada por pequeños desniveles, girando en torno a un patio, los espacios de servicio a la entrada, una pequeña librería y un pequeño café. Nunca ha sido Cragg santo de mi devoción pero hay que reconocer que las obras expuestas tienen un gran atractivo, su dinamismo les da una gran expresividad, que contrastada con el realismo algo torturado de las mujeres, obreros y apóstoles de Barlach le dan un valor que justifica el interés por su obra.

Después el Botánico, al pie de la estación de metro a la que llegamos, es un parque de ordenación libre, tiene un alto interés, las especies y los jardines temáticos se suceden, los letreros se leen bien y las plantas y los árboles tienen ya su tiempo y están bien rotulados, resulta especialmente interesante el jardín de piedras.

Vuelta a la ciudad para una última vuelta por Hamburgo, una buena comida en la plaza de Grossneumarkt y la compra de lo antes oteado, antes de coger el avión hacia Copenhague.