Londres

Ir, volver a Londres, siempre merece la pena y si te garantizan un clima regular, es decir, sólo comprar un paraguas y luego otro, merece la pena correr el riesgo, aunque el único motivo sea sacar las fotos que faltan para el libro “El pasado en el presente” y su capítulo dedicado a Londres.

En cualquier caso siempre hay algo que hacer y más si se llega en sábado por la mañana, las fotos de las plazas, aunque pasamos por Russell Square inimaginables, Victoria &Albert, sólo comprobar  in situ la ordenación y de paso ver una exposición sobre los movimientos de protesta de los últimos tiempos que muestra carteles y da datos de la organización, con especial hincapié en el 15M. Después de este respiro, South Kensington y Chelseay su arquitectura noble, elegante y serena para llegar a King’s Road y su animación y sus comercios, entrevistos en cientos, ¡vaya exageración! de películas. Aunque en un mundo tan globalizado como el nuestro escasas sorpresas.

De nuevo un respiro, la Galería Sattchi, precioso el lugar, con un acceso organizado en avenida con una  colección de grandes esculturas entre la fachada y la fila de árboles que precede a la gran pradera enfrentada al acceso principal que, como no, es un pórtico clásico. En el interior, bien adaptado, una exposición sobre piezas latinoamericanas, muy bien expuestas, secuencialmente y con mucho aire.

De nuevo a la calle, bueno al metro, esa estructura profunda de Londres que, por arte de magia, te lleva de un lugar a otro sin posibilidad de pérdida. Vamos a Portobello, hasta los topes de gente y de paraguas, cosas curiosas como siempre, novedades y puestos fijos que siempre atraen como las chapas de lata de publicidad, la fantástica mercería “very british” regentada por chinos, la ropa siempre interesante, alguna pieza de diseño, que aunque no se compre alegra la vista. Hasta elegir el pub para comer, que ¡qué casualidad! es el de Nothing Hill película intrascendente que poco a poco se va haciendo un hueco. Un lugar agradable con una comida estupenda, elegido al azar, si hubiésemos tenido antes el libro “Superbritánico “, habría sido una cita fija, junto con otros lugares míticos como la entrada al mundo de Harry Potter de Charing Cross, que el libro recoge entre frase y frase tópica acertadamente explicada para el aprendiz de inglés.image009Por la tarde ya con sol, no hay como saber esperar, las fotos de las sucesivas plazas, que definen el crecimiento de Londres otorgándole fragmento a fragmento una identidad claramente diferenciada de otras ciudades.

De mayores o menores dimensiones, con su geometría bien definida en torno a un jardín privado en origen, dan cabida a una arquitectura muy característica, tres plantas y patio inglés, una estética dentro del clasicismo introducida por Iñigo Jones y que se prolongará durante el periodo georgiano, el reinado de los Jorges de la dinastía Hannover, en el S.XVIII y principios del XIX. Piezas autónomas que funcionan como pequeñas ciudades, nos lo decía Gwyn y nos lo afirma Rasmussen, al incorporar la iglesia, un mercado y a veces incluso un hospital. A toda prisa, el sol de octubre no da para mucho. Desde Oxford Street el eje que separa el Norte y el sur de la ciudad: Grosvenor, Cavendish, Bloomsbury.

Rematamos el recorrido desde Marble Arch en Regent’s  Street  para comprobar cómo el edificio de la BBC ha estropeado el fondo escénico de All Saint’s uno de los elementos definitorios del elegante trazado de Nash.

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La tarde termina en ”El rey León”, no porque no lo estén haciendo en Madrid, sino porque Londres bien merece un musical, lo representan en el Lyceum Theatre y ¡porque no!,  apreciar  uno de los teatros más kitsch que yo haya conocido, con sus fantásticas decoraciones en voladizo.

El domingo, ya con un sol radiante, que menos que Candem, pero cumpliendo antes los deberes, visitar Hampstead uno de los objetivos principales del viaje, hay que ver alguna actuación  de Unwin en vivo y en directo. El recorrido en autobús, inmejorable, permite apreciar desde la altura y sin agobios el desarrollo de Candem Town, y la fantasía de sus rótulos e ir seleccionando aquello que será imprescindible ver al regreso.

El pueblo de Hampstead se muestra como una larga calle comercial acompañada de un conjunto de calles de trazado pintoresco  bordeadas de viviendas unifamiliares, con un nivel de renta alto, un comercio que es puro “glamour” desde la panadería a la carnicería  y al comercio especializado ya sea ropa, mobiliario o diseño, sus vecinos coinciden con el estereotipo, callejeando vimos las casas de Keats y Stevenson, comprobamos que era un lugar bien posicionado desde antiguo,  Elias Canetti nos describe en “Fiesta bajo las bombas” su exilio allí entre intelectuales ingleses.

El Hampstead de Unwin, todo hay que decirlo no lo llegamos a ver, sus vecinos tampoco parecen estar al tanto de esta modélica actuación que consolidó el concepto de “suburbio jardín”  y del que solo disfrutamos el amplio parque que precede a la ordenación, detrás del que se camufla.

De ahí a Candem, a ver y comprar, sigue siendo tan activo, colorista y animado como de costumbre y siendo Inglaterra nada ha cambiado, con incendio y todo, se pueden comprar las  mismas cosas de siempre, actualizadas ¡claro!

image021Como remate de la mañana cumplir el rito, comer en la cripta de Saint Martin in the Fields. Nunca he dejado de hacerlo, no es barato pero el sitio y al comida lo merecen. Sacar fotos a la iglesia, es la primera vez que lo hago y he de reconocer que siempre me ha gustado, desde que entré la primera vez, su composición en planta, tan distinta de las católicas y su luminosidad tan directa.

Trafalgar Square, como siempre repleta de gente, unas cuantas fotos, para situarla bien y un paseo por la actuación de Foster incorporando a la plaza la National Gallery, eliminando la calle totalmente innecesaria. Desde aquí turisteo puro y duro, bajar por Whitehall, hasta Wetsminster y por supuesto las Casas del Parlamento, ir a Londres y no ver el Parlamento es un delito al igual que no ver el London Bridge.

Para rematar el viaje la exposición de Turner en la Tate, he de decir que cada vez me gusta menos como pintor, y eso sin ver la película y sin poder aceptar el último comentario sobre su obra: “parece que les ha llovido encima”. Hay que reconocer que es todo un precursor, pero a fuerza de repetición pierde encanto.  Corriendo a la Tate Modern, a ver…, nada, el edificio y la animada pradera en su frente, fruto ambos de la intervención de Herzog y de Meuron,  y la preparación de la exposición en la  tan ponderada, desde el punto de vista espacial,  sala de turbinas. Para otra ocasión la terminación de la ampliación. Subir a la terraza, fotografiar San Pablo, cruzar el puente del Millenium, San Pablo en su dimensión real y al metro camino del aeropuerto.

¿Mucho? ¡A quién madruga Dios le ayuda! Y recordar siempre que hay que coger el primer avión de la mañana y el último de la tarde.