Ginebra

Decidir ir a Ginebra con un objetivo claro: ir a Neuchâtel para ver el lugar de un concurso de ideas de urbanismo con una ola de frío glacial recorriendo Europa es tentar a la suerte, los trenes estarán “suprimés”, algo impensable en un país tan desarrollado y el objetivo se convertirá en un fracaso que exige tomar medidas.

Lo que corresponde en este caso es reinventar Ginebra, ya que los conocimientos del viajero no le servirán para mucho si no hubiese tomado precauciones, lo que es el caso. Así lo primero, una vez abandonadas las maletas en el hotel Crystal, al lado de la estación, por cierto la única muestra de arquitectura contemporánea a la que tendrá acceso, un edificio de cristal como su propio nombre indica en el que al material, utilizado de manera minimalista pero con efectividad, jugando con los colores acierta a crear espacios alejados de la frialdad que se supone. Bien, lo primero sería de acuerdo con Camilo Sitte buscar un mapa, un lugar alto y un buen restaurante.

El mapa es preciso conseguirlo en la Oficina de Turismo en el Pont des Machines enfrente de la isla de Rousseau, un lugar muy adecuado para pasar la tarde, cálido y lleno de materiales que te convencen de que vivir en Ginebra está muy bien. Pero para ir a una oficina de turismo no se hace un viaje. Se impone lo primero de todo ir a la Ópera por unas entradas para el ballet, aún no nieva, sólo hace frío, la Ópera está al lado del parque des Bastions en la parte más baja de la ciudad histórica, es un edificio decimonónico discreto, de volúmenes severos y austeros como toda la ciudad, no en vano Calvino vivió allí.

A partir de ahí hay que hacer honor a nuestra condición de arquitectos y urbanistas y por ello nos fuimos a la sala de exposiciones del Departament des Constructions et de l’Aménegement, donde se exponen los proyectos futuros, los que están en marcha y los ya ejecutados. Ofrece unas buenas publicaciones gratuitas entre las que destacan las fichas de los distintos proyectos ya ejecutados. Una gran maqueta de madera y otras parciales permiten ver el efecto de la nueva construcción e incorporan las ya ejecutadas, parece una buena manera de incitar a la participación pública.

IMG_3907IMG_3952 IMG00324-20120205-1614IMG_3974

De ahí a por un chocolate bien calentito antes de iniciar la escalada, una vez cruzado el Ródano. El café Gilles Desplanches tiene un aspecto más neoyorquino que ginebrino, negra y blanca, techos y vidrieras altísimas y un toque de color para dar calor a lugar, junto con los chocolates y pasteles.

Así preparado, el viajero ya puede tomar la Grand-Rúe hacia la “ciudad alta”, subiendo lentamente y apreciando sus galerías, tiendas de antigüedades y la sobria arquitectura a uno y otro lado hasta llegar al Ayuntamiento y a los soportales de los cañones, que recuerdan la defensa frente a las tropas napoleónicas. Antes de torcer por Jean Calvin para llegar al Museo Barbier-Müller.

Museo en el que la exposición de magníficas máscaras justifica el que su homólogo esté en Barcelona en el barrio gótico al lado del Museo Picasso, muchas de las obras de Picasso serían imposibles de entender sin haber visto estas piezas, hermosas, potentes muy bien presentadas en un pequeño espacio, que lleva a recordar la magnitud del Quai Branly. La única obra que el viajero reconoce que le gusta de Jean Nouvel, bueno esto es exagerar un poco, el Auditorio de Lucerna le gustó desde el primer día con su gran voladizo sobre el lago, bueno y la Audiencia de Nantes tampoco está mal, como siga así el viajero acabará descubriendo que le gusta Nouvel aunque no le pueda perdonar el Reina.

De nuevo en la calle, hay que buscar un restaurante, aunque sea temprano para un español, pero que primero a la Catedral de San Pierre y su museo arqueológico, dada la hora cerrado, mi recuerdo de ésta está vinculado a mi primer concierto laico en una iglesia. Por el camino, hasta el Bourg-de-Four, la tienda de Caran d’Ache, sirve para pasar el rato, una tienda de gourmets de productos mediterráneos, alguna complementos algo “demodées”, para en la rúe des Chaudronniers llegar al vino caliente, sabía bebida de Europa Central, en un bar animado, gente joven matando el tiempo y periódicos disponibles.

La cena normal, pollito en “Chez ma Cousine” el lugar es pequeño y el ambiente pintoresco, viene en todas las guías. Luego al ballet, superada la primera decepción de que no sea en la Ópera, vamos Batiment des Forces Motrices, la antigua fábrica de electricidad, en medio del río. Es un edificio muy parisino Imperio, piedra, acero y cristal, muy bien rehabilitado, con unas condiciones ingeniosas de accesibilidad, las turbinas ocupando el espacio de vestíbulo compartido con la zona de estancia y cafetería. El teatro una caja de madera, a modo de mueble interior, funcional y cómodo con una boca de escenario amplia igual que el fondo. El espectáculo “Glory”, muy bien no sabíamos lo que era pero resultó ser el Gloria del Mesías de Händel reinterpretado con una música contemporánea, muy ajustada y atractiva, la coreografía muy bella en negro con manchas de color y por momentos muy espectacular con unas cualidades plásticas muy potentes, y de los bailarines que decir, pues lo que se puede esperar del Ballet de la Ópera de Ginebra. Sorpresa al salir, los grandes calderos de sopa que nos habían llamado la atención al entrar, calientes y están rodeados de gente, preparada para cenar, así que pudimos habernos ahorrado el esfuerzo de buscar un restaurante. Salimos, seguía sin nevar, el viento calmado, así que fue un agradable paseo hasta el hotel.

La mañana de domingo prometía y el bajo cubierta acristalado sobre los tejados de Ginebra, ofrecía un gélido y bonito espectáculo, los copos de nieve empezaban a cuajar, mejorando la imagen de los pequeños patios negros y tristes de cualquier ciudad europea, desarrollada con edificios entre medianeras y manzana compacta. El local bien acondicionado y el desayuno bueno así que no se podría pedir más.

Salimos, la nieve y la ventisca arreciaban, poca gente en la calle, el “Jet d’eau” inexistente, el lago Léman helado y los carámbanos colgando de los amarres, el parque del borde del lago, desapareciendo bajo la nieve al lugar que el reloj florido, veinte grados bajo cero son muchos, así que a paso ligero al Museo de Arte e Historia, un descubrimiento de pintores suizos como Valloton, al parecer una referencia para Edward Hopper,  alguna escultura interesante, pero pesado y decimonónico, se podría haber prescindido pero el barrio de villas que le rodea tiene interés, trama de cuadrícula con buena arquitectura de los años 20, bien resueltas las conexiones entre las colinas, que forman profundos valles, todo a escala urbana. Pasamos por el Parc des Bastions donde está el Muro de los Reformadores y las instalaciones de la Universidad, en la que un verano aprendí francés disfrutando.

20120213094426

De ahí al MAMCO (Museo de Arte Contemporáneo y Moderno), una versión de la Casa Encendida de Madrid en un edificio industrial rehabilitado en parte para oficinas y en parte para el centro de carácter alternativo y con una muy buena exposición colectiva con nombres que seguro estarán en ARCO.

De nuevo  la calle, ha dejado de nevar, vino caliente en un local como el Gijón o el Comercial en sus buenos tiempos, repleto de carteles y gente variopinta de toda edad y condición, comida cerca la estación de Cornavin. Tren, aeropuerto, un fin de semana urbano como otro cualquiera sólo que a mil kilómetros de distancia de casa. Historia de un concurso fallido como hay muchos y eso que ideas había, pero ¿cómo hacer ciudad sin conocer el lugar y como respira su entorno?